"El Proletariado", Dustin Muñoz |
Una
exposición pictórica es siempre una incitación a mirar la realidad desde una
perspectiva inédita. Toda muestra, expresión quintaesenciada de múltiples
determinaciones, alberga una intencionalidad manifiesta. Pone en contacto al
espectador con un rimero más o menos coherente de planteamientos, sugerencias y
patrones de enfoque de orden estético, plástico e incluso
sociológico-filosófico. Las posibilidades de cohesión son mayores cuando se
trata de creaciones de un solo artista y, mejor aun, si corresponden a una
etapa específica de su producción. Lo propio acontece cuando quienes concurren
comparten el mismo canon, las mismas apuestas y las mismas técnicas.
Las
colectivas que incluyen a creadores de distintas generaciones y estilos suelen
ser más complejas, pero también más ricas y diversas. Temas, tratamiento y
búsquedas varían de manera ostensible de un pintor a otro. Ni qué decir de la
particular manera en que sus vivencias, su formación y su sistema de creencias
dan en combinarse para desembocar en una forma concreta de mentalidad. Una de
las señas de identidad de la plástica es justamente la concurrencia de escuelas
y estilos. El arte constituye, en efecto, uno de los antídotos por excelencia
contra la visión de túnel, el dogma y la excesiva seguridad de quienes se creen
en posesión de la verdad absoluta. Nos incita a abrirnos a la comprensión de la
diversidad del mundo.