martes, 27 de mayo de 2014

Semblanza de Andrés López de Medrano


         Aproximación a una noción eventual de semblanza filosófica.-   El auténtico semblante de un filósofo, aun en el caso de que existan trazos que ayuden a delimitar los contornos de su rostro, es su estructura mental.  En el núcleo duro del que se derivan sus convicciones básicas y sus patrones de comportamiento reposan las claves de su modo de ser.  Hacer la semblanza de un pensador equivale a filiar, tomando como piedras de toque su obra y su vida biográfica, el conjunto de esquemas, estereotipos y representaciones a partir de los cuales devienen comprensibles sus decisiones, actitudes y reacciones.  En suma, se trata de sacar a la superficie el rimero de las clavijas constitutivas de su manera de entender el mundo y de relacionarse con él.


Lógica Andres López de Medrano
             La semblanza filosófica no es, pues, un género  narrativo, conceptual ni figurativo; es la expresión quintaesenciada de la fusión y superación de esas tres posibilidades.  Cuenta la tradición que Sócrates, al enterarse de que un famoso retratista griego de su tiempo lo había descrito como de poca estatura, calvo, rechoncho y de ojos saltones, contestó: “Sí, pero todo ello he mejorado gracias a la educación”.  Lo que cuenta, en efecto, al abordar la semblanza de un filósofo es precisamente el cariz de las concepciones que confluyen en su entendimiento y el influjo que éstas ejercen en la configuración de su identidad personal.  Vale decir, el índice medio de correspondencia existente entre lo uno y lo otro, tomadas diacrónicamente. 




          Tradiciones y circunstancias de continuo suelen devenir factores claves para la mejor comprensión de la manera en que un filósofo concibe la realidad[1].  Tampoco está de más la pregunta por el contexto en que se produce determinada obra de pensamiento[2], ni sobra el seguimiento que se pueda dar a los influjos que recibe y a las rupturas que atestigua.  Tales parámetros jamás pueden ser, sin embargo, el eje a partir del cual se ensaye el retrato del ideal perfil de un hombre de ideas; se trata de aditamentos, procedimientos adjetivos, nunca suficientes ni indispensables.  El secreto está en la mezcla, en la forma en que diversos factores, internos y externos, se conjugan en el mundo interior del pensador, desemboquen  o no en planteamientos originales. 

          La relación del hombre con su entorno  ---social, cultural, natural---  es de dinámica reciprocidad.  Razones bastantes tuvo Ortega para insistir con desenfado en su conocido apotegma “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”[3].  En una misma época coexisten mentalidades, creencias e ideologías distintas, algunas de ellas excluyentes entre sí.  En ese sentido, la variable espacio-temporal dice desdichadamente poco de los derroteros seguidos por un entendimiento determinado.  Absolutizarla es faltar al sentido de totalidad inherente a la forma filosófica de conocer el mundo.  Filosofía y particularismo se contraponen mutuamente. 

Retrato Andrés López de Medrano           Ayudará, sin lugar a dudas, saber que Andrés López de Medrano nació, aproximadamente, alrededor de 1780 (Campillo, 1999: 17, 261, 285, 289, 295, 301, 319; Cassá, 2003: 17), y que para la época en que alcanzó la mayoría de edad, en la parte Este de la isla de Santo Domingo ya se advertían las vislumbres de la irrupción del criollo en la historia de la nación.  Amplios segmentos de población daban en percibir, cada vez con más persistencia, que su destino estaba inexorablemente ligado a lo que aconteciese en  la tierra en que habían nacido y crecido.  Pero ello de ninguna manera permite adivinar, prever ni determinar la naturaleza de los contenidos de la conciencia con la sola referencia a las condiciones sociales existentes.  

          Hay omisiones que ilustran tanto como el más fidedigno dato de la realidad.  El ostracismo, el silencio interesado y la damnatio memoriae son usos bastante extendidos desde la antigüedad greco-latina hasta nuestros días.  Entre sus astas inmisericordes han caído filósofos, emperadores, papas, políticos e intelectuales de ayer y de hoy.  La “Junta de Bondillo” (1808), convocada por Juan Sánchez Ramírez, partidario del retorno de nuestra colectividad al seno de la corona española, constituye un testimonio de excepción de la fuerza de la omisión en la historia; en este caso, respecto a la existencia del punto de vista de los partidarios de la emancipación política durante los aprestos de la Reconquista.  

           Hay silencios que hablan, ausencias que honran, exclusiones eminentes.  Héroes y comandantes destacados en la lucha contra la presencia francesa en la parte oriental de la Isla no aparecen como firmantes del documento en cuyo artículo primero “se reconoce, como tiene reconocido, al señor Don Fernando 7º por legítimo Rey y Señor natural y, por consiguiente, a la Suprema Junta Central de Madrid, en quien reside la Real Autoridad”.  Los nombres de Ciriaco Ramírez, Salvador Félix, Cristóbal Huber, Miguel Alvarez y Miguel de los Santos, brillan por su ausencia[4], muy probablemente en razón de que, según Antonio Del Monte y Tejada[5], en más de una ocasión, en sus arengas y proclamas, se mostraron “partidarios de la independencia”, y de que dieron en hablar de patria y de pueblo dominicano.

          Pensar es un acto de resistencia, y Andrés López de Medrano es, fundamentalmente, un pensador.  En casos como el que nos ocupa, tradiciones, circunstancias e influencias pueden devenir fuentes de falacias y paralogismos si no se adoptan las previsiones de lugar.  No hay tradición sin rupturas, ni ruptura sin tradición.  Nadie es dueño de un pensamiento completamente original, y ninguna obra es reductible, sin más, a sus fuentes o a sus antecedentes.  El ser humano transforma todo lo que toca, máxime cuando se trata de un obrero de la razón.  Toda persona tiene su especificidad, aun a su pesar o en contra de su voluntad. 

          Por el sendero de la indagación de qué o cuánto de otros tiene un filósofo se suele desembocar en penosos reduccionismos, el primero de los cuales es el horizonte formativo de quien da en creer que semejante procedimiento puede conducirle a una mejor intelección del pensador o de alguna de sus obras.  Se puede caer, asimismo, en el error de exigirle adoptar determinadas posiciones intelectuales en función de los escenarios sociales en que transcurrió su existencia o de alguno de los filosofemas aprecidos en sus escritos (variante circunstancial del argumentum ad hominem), u objetarle una que otra presunta inconsistencia a partir de una toma de posición previa, de alguna actitud o modo de conciencia manifiestos (variante personal). 

Estampa de Caracas, hace más de un siglo
         La relación de los intelectuales con cada uno de los costados de su vida social y personal es siempre dinámico y, sobre todo, mediato; nunca unívoco, ni lineal, ni directo. Por cuanto, lo recomendable es remitirse a su obra, a la caza de sus constantes y sus supuestos primordiales y, en las ocasiones en los que la vida del personaje revela un evidente llamado a la actividad, como es el caso de López de Medrano, permanecer atentos a las líneas generales de su comportamiento social.  Privilegiar cualquiera de estos componentes deviene, ipso facto, causal de unilateralidad.  La pérdida del sentido de la totalidad enrarece la perspectiva hasta el punto de inducirnos a confundir nuestros deseos y prejuicios con las notas y cualidades propias del objeto de investigación.  

          El conjugado entre sus ideas, sus creencias y sus actos como totalidad concreta  permite delinear con firmes trazos su semblanza.  Así, ante la pregunta en torno a quién es Andrés López de Medrano reaccionaremos averiguando cuál es el fondo común de verdades a partir del cual se configuró su particular modo de ser.  Algunos de los rasgos de su biografía harán de marcadores auxiliares de tan singular búsqueda.  Nos resultarán de interés, pongamos por caso, saber que era santiaguero y que su formación académica se fragua en su ciudad natal, en la Universidad Santa Rosa de Lima, de Caracas, Venezuela, y  la Santo Tomás de Aquino, de Santo Domingo, es un dato que tampoco puede pasar inadvertido. 

           Sus fuentes formativas estuvieron dadas por el ambiente espiritual caraqueño-dominicano de finales del siglo XVIII e inicios del XI.  Vale decir, con el orbe de ideas prevalecientes en dichos entornos. En ello van sus lecturas, pero, sobre todo, el modo en que cada una de ellas impactó su mundo interior. No todos los libros dejan las mismas huellas en todos  los  lectores.  Como es fácil apreciar, habremos de desplazarnos sobre arena movediza, en una región de estricta naturaleza especulativa, por cuanto será menester proceder con el mayor de los cuidados.  En la reconstrucción del acervo de ideas prevalecientes en su época, de continuo, los propios pensadores suministran atractivas pistas.  Ahora bien, de ello no se sigue que hayamos de seguir a pie juntillas lo expresado por ellos, como ha ocurrido una que otra vez entre nosotros con el influjo de Condillac en la Lógica del filósofo dominicano[6]

           No siempre un pensador es la mejor de las fuentes posibles a la hora de establecer sus filiaciones y sus repulsas, como ya se ha sugerido en otra parte respecto a otro grande pensador dominicano[7].  También los índices de publicaciones, las colecciones de tesis y monografías de universidades e institutos, los catálogos bibliotecológicos, los periódicos y las revistas especializadas, los estudios especializados, como el de Caracciolo Parra León[8],  y las recensiones contribuyen de manera significativa a identificar posibles vetas de las fuentes a las que tuvo acceso y de las que se nutrió intelectualmente un autor. 

           ¿Mentalidad abierta y original, o epígono de Condillac?-  Andrés López de Medrano se muestra como bastante cercano a las ideas del conocido sensualista francés[9]. Pero ello, de ninguna manera resta méritos ni alcances a su obra.  Antes bien, y aquí va el primer rasgo de su semblanza que debemos retener, pone de manifiesto su humildad y su honestidad intelectual a toda prueba.  E incluso, deja ver que se encuentra en posesión de uno de los procedimientos tácitos del hacer filosófico: no se hace obra nueva sino a partir del legado intelectual precedente.  Siempre es preciso partir de algo o de alguien en filosofía, así para sea para negarlo o superarlo. 

            En este sentido, su ejemplo tiene mucho qué decir y qué aportar a quienes deseen iniciarse en este ámbito del saber humano en los tiempos que corren. A diferencia de Condillac, que es soberanamente parco a la hora de citar y de remitir al lector a sus fuentes[10], López de Medrano cita y recomienda también a otros muchos filósofos y pensadores en su breve tratado, como Feijoo (Campillo Pérez: 90, 106), Daniel Huet (p. 91), Leibniz (p. 90), Genuensis y Valdinotis (p. 93), Locke (loc. cit.) y Cano (p. 103), entre otros.  La lectura de su Lógica pone de manifiesto que más que sensualista, López de Medrano es ecléctico[11] en filosofía del conocimiento; vale decir, que procura tomar lo que de bueno o aprovechable encuentra en cada uno de los pensadores por él estudiados. 

           Vale más leer para aprender e integrar  que adoptar una actitud de confrontación con cada libro y cada autor que se posa frente a nuestros ojos.  No se avanza realmente sin conciencia plena de nuestros antecedentes; ni en ciencia, ni en filosofía, ni en su historia naciones y civilizaciones y, menos aun, las personas.  Muestra de que se trata de una actitud, no de una salida pasajera, es que idéntica tendencia encontramos en su investigación de la fligtena, en la que pasa revista con igual atención así a los antecedentes empíricos como a las aportaciones llevadas a cabo por médicos y veterinarios sobre el tópico, incluyendo a uno que otro alumno suyo (Campillo Pérez: 183,187, 210, 211, 219).

            De su humildad dan cuenta, también, gestos tan enternecedores como aquel que lo sitúa aceptando el puesto de Director de una escuela para niños, en Ponce (íd.: 249, 255), cargo que desempeña con eficiencia y devoción durante cinco años y medio (1847-1853), después de haber sido profesor suplente en la Universidad de Santa Rosa de Lima, en Caracas (1809), Catedrático de Retórica y Latinidad (1811) en el Colegio Seminario de Santo Domingo,  y de Filosofía y Medicina (1813) en la Universidad Santo Tomás de Aquino, así como Alcalde de Segunda Elección de Santo Domingo (1819), Vicerrector y Rector Interino de la más antigua institución de educación superior del continente americano (1820). 

           Esta actitud tiene un correlato de orden espiritual, que se expresa con total claridad en ese deseo de mostrar sus fuentes en todos los casos en que lo considera oportuno, pero también en los giros estilísticos que aparecen en otros escritos de su autoría.  Así, en su “Disertación sobre la enfermedad de ‘La Llaguita’” recurre en múltiples ocasiones a expresiones que denotan una acendrada modestia[12].


            Honestidad intelectual, humanismo y erudición.-  La modestia y la honradez que destilan la vida y los escritos de Andrés López de Medrano están sostenidas por una sólida formación en la que las fronteras del saber y del hacer humanos pierden sus contornos.  Las abundantes citas y referencias existentes en sus escritos lo retratan como un lector apasionado y como una persona de un elevado nivel de erudición.  Su dominio de la lengua latina debió ser admirable.  No sólo redactó en este idioma su Lógica, sino que, como llevamos dicho, fue profesor de Latinidad en el Seminario conciliar de Santo Domingo, y en ella realizó la defensa de su Tesis para el Bachillerato en Filosofía, como era habitual en esa época, sobre todo en las instituciones educativas regenteadas por la iglesia católica.


           Hay rastros en sus escritos de que no sólo había leído a Cicerón en su lengua materna, en la que lo cita por lo menos en dos ocasiones (Campillo Pérez, 1999: 233, 240), aparte de compararlo con Demóstenes y Feijoo (loc. cit.).  En el comunicado a los ponceños aludido más arriba vuelve a servirse del latín (id.: 243).  Pero es notable, también, el conocimiento que exhibe de la historia de Roma, incluida su mitología; por sus textos se pasean, como ciudadanos por derecho propio, Séneca, Pompeyo, Catón, Escipión, Fabricio y Cincinato, entre otros (op. cit.: 240-241).  Lo propio puede decirse con respecto a la historia y a la mitología griegas, e incluso a la historia egipcia (pp. 168, 171, 240).
            El orbe de sus actividades y de sus preocupaciones se extiende, también, a los ámbitos de la práctica jurídica (Cfr. pp. 7-8), el periodismo (pp. 11, 363), la investigación científica (pp. 175-226), la poesía (pp. 10, 228-231, 246,  353-354.  Cfr. pp. , 302, 311, 319), la Medicina (pp. 5-7), la masonería (p. 361), la enseñanza (pp. 5-7), la Filosofía, la actividad política y, con ella, la administración pública (pp.11-15, 135-163).  Los dominicanos tenemos en Andrés López de Medrano un sabio o una mente enciclopédica al mejor estilo de la Grecia clásica (Platón, Aristóteles), del Renacimiento (Descartes, Da Vinci) y de los tiempos de la Ilustración (Kant, D’ Alembert), para quienes el saber era uno e indivisible.
            Es un filósofo, ciertamente, pero de una clara vocación de humanista, condición que ya destacaron en su momento los autores puertorriqueños Josefina Rivera de Alvarez[13], Juan Augusto y Salvador Perea[14], aunque sin motivar adecuadamente sus percepciones.  He ahí otra cualidad en la que nuestro filósofo, salvadas las naturales limitaciones temporales, tiene mucho que decir a los aprendices de pensadores de la República Dominicana del siglo XXI, entre los que se incluye, naturalmente, el autor de las presentes glosas.

            El llamado de la actividad.-   La tercera faceta del intento de semblanza aquí ensayado se refiere a las inclinaciones de López de Medrano hacia la acción.  Se verá que, al igual que en los otros costados de su vida, existe correlación entre sus convicciones y sus actitudes y decisiones.  En Caracas, en Santo Domingo, en Ponce lo encontramos ligado en todo momento a los asuntos de la ciudad.  No fue sólo un intelectual de gabinete, indiferente al desenvolvimiento de los asuntos públicos.  Ya desde sus tiempos de estudiante fungió como profesor asistente y suplente en múltiples ocasiones, como “Examinador para distribución de premios a los estudiantes de latinidad y artes, y consiguientemente para replicar en varios actos literarios en la capilla del Real Colegio”, según testimonia el Rector de la Pontificia Universidad de Caracas (Campillo Pérez, 1999: 334).

           De regreso a su país natal, ejerce de médico, enseña en el Seminario, participa activamente en la jura de Constitución de Cádiz, concursa para la cátedra de Filosofía en la Universidad y redacta su obra Lógica.  Elementos de Filosofía moderna destinados al uso de la juventud dominicana. La intencionalidad es evidente: poner en las manos de las generaciones noveles dominicanos un instrumento intelectual apto para propiciar su emancipación mental.  Este dato es particularmente significativo porque, al poco tiempo, lo encontraremos participando de las tertulias que se llevaban a cabo en la residencia de José Núñez de Cáceres, donde germinaron las semillas iniciales de la primera independencia dominicana (1821), de la que tomó parte. 

Ponce, Puerto Rico
            Se postró, sin embargo, ante los hechos consumados encarnados en la invasión de la Parte Este de la Isla por Haití; pero su entusiasmo duró poco y se vio precisado a emigrar a Puerto Rico en 1822 (Cassá, 2005: 47-50, 53-55).  Dos años antes había hecho público un Manifiesto al Pueblo Dominicano en Defensa de sus Derechos sobre las Elecciones Parroquiales de 1820 que, al decir de Rafael Morla, “es el testimonio por excelencia de la existencia en la República Dominicana de las ideas ilustradas en las primeras dos décadas del del siglo XIX(2011: 61. Cfr. Campillo Pérez: 149, 151). El propio Morla observa que López de Medrano llama al respeto de la Constitución española de Cádiz” y mantiene obediencia a la monarquía y al rey Fernando VII(íd.: 60), otra de las constantes del modo de ser el filósofo que merece una atención que desborda el propósito de la presente aproximación a su semblanza a través de su vida y obra. 

            El año anterior a la declaración de independencia había sido elegido Regidor del Cabildo de Santo Domingo (op. cit.: 20). Establecido en Puerto Rico en 1822, conservará la misma pasión por el servicio público que en su tierra natal.  Entre 1830 y 1831 publica su llamado al clero de Aguadilla, al que nos hemos referido más arriba, en el que dedica versos elogiosos al Obispo del lugar, y sus “Coloquios o congratulación a los puertorriqueños” en los que les felicita, entre otras cosas, por su adhesión a la monarquía española.  Dos años después es elegido como Síndico Procurador de Villa Aguada, y cinco más tarde se lo escoge como Presidente del Soberano Consejo Principio del Real Secreto, Grado 32, de la Logia Masónica “Restauración de la Verdad”, a la que había ingresado en 1836.  A todo ello habría que agregar el ejercicio de la profesión de médico, su quehacer periodístico y activa labor educativa ya mencionadas.

            Su obra no está supeditada a su accionar público, ni su vocación para el servicio público está condicionada por sus convicciones.  Trátase, a mi ver, de lo que Fernand Braudel y Michel Vovelle ha denominado, cada uno a su tiempo, prisiones de larga duración de la vida intelectual dominicana.  Acaece en el decurso de nuestra historia que el intelectual puro suele escasear.  Muchos, la mayoría quizás, percibe en el hondón de su alma el llamado de la actividad, la necesidad de no permanecer como carga indiferente sobre sus pies mientras se derrumban los muros de la ciudad en llamas.
                                                            
Bibliografía

Campillo Pérez, J. G. (1999): Dr. Andrés López de Medrano y su legado humanista.  Corripio, Santo Domingo.
Cassá, R. (2003): Andrés López de Medrano, precursor de la democracia. Fondo Editorial, Santo Domingo.
Condillac, E. B. de (1985): Lógica, seguido de “Extracto razonado del Tratado de las sensaciones”.  Ediciones Orbis, Barcelona.
Del Monte y Tejada, A. (1953): Historia de Santo Domingo, t. III. Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo.
Eco, U. (2013): Los límites de la interpretación.  Mondadori, Barcelona.
Martínez, L. ---comp.--- (2003): Filosofía dominicana: pasado y presente, I.  Archivo General de la Nación, Santo Domingo.
Morla, R. (2011): Modernidad e Ilustración en Santo Domingo.  Archivo General de la Nación, Santo Domingo.
Ortega y Gasset, J. (1964): La rebelión de las masas.  Espasa-Calpe, Madrid.
          -----          (1981): La rebelión de las masas.  Austral, Madrid. (1984): Meditaciones del     Quijote.  Cátedra, Madrid.
          -----                (1981): La rebelión de las masas.  Austral, Madrid.
Pérez, R. E. (2000): Historia de las ideas filosóficas en Santo Domingo durante el siglo XVIII. Tesis Doctoral, UNAM, México D. F.




[1] R. Cassá ofrece en su obra Andrés López de Medrano, precursor de la democracia un concienzudo excursus sobre la trama histórica (política, económica, cultural) en que se discurre la vida de nuestro pensador.
[2] Un libro puede definirse como “una secuencia de proposiciones” (Eco, 2013: 320), y el contexto como el conjunto de influjos y antecedentes en condiciones de posibilidad de hacer de referentes de aquél. El estudio que hace Eco de Cementerio marino, de Paul Valéry, constituye un ejemplo elocuente de este punto de vista (idem.: 211-212).  Cfr. pp.  18, 148.  Véase también el apartado 6: “¿Dónde lo dice?”, del formidable ensayo “Sobre la lectura y comentario de textos filosóficos”, de Augusto Salazar Bondy (Revista Cuadernos de Filosofía, No. 1, UNPHU. Santo Domingo, 1981, pp. 85-94).
[3] Lo plantea en Meditaciones del Quijote (1984: 77), su primera obra; lo retoma en La rebelión de las masas (1964: 57) y lo da por supuesto en Historia como sistema (1976: 71-73).
[4] Lo mismo que los retratos de Casio y Bruto en los funerales de Junia, y como se cuenta que aconteció con Marco Antonio en la reunión que efectuaron los conjurados en las afueras de Roma después de dar muerte a Julio César.
[5]  Del Monte y Tejada (t. III, 1953: 268).

[6]   Tales son los casos de M. A. Machado Báez y D. Hernández (Campillo Pérez, 1999: 295 y 371, respectivamente).  Pasan por alto datos tan a la mano como el de que la Lógica de Condillac fue el libro dispuesto por el Arzobispo Pedro Valera como texto oficial de la cátedra de Filosofía: “La clase de Filosofía se dará por la mañana de ocho a nueve, y por la tarde de tres a cuatro.  En ella se enseñará Lógica por el Condillac no dexando de consultar en la argumentación al Lugdunense y en la crítica al Almeyda” (Op. cit.: 339.  Cfr. p. 114), y que si López de Medrano hubiera estado completamente satisfecho con aquélla no escribe la suya, aparte de que la cátedra ya le había sido asignada. Conforta advertir que la tendencia a reducir a López de Medrano a Condillac no es, empero, la más socorrida entre los comentaristas y tratadistas que se han ocupado de estudiar de manera sistemática al filósofo dominicano. Ni Juan Francisco Sánchez (id.: 113-115, 117-118, 120-123, 125, 127, 129, 130), ni Armando Cordero (íd.: 291-293), ni Rosa Elena Pérez (2000: 70-72), ni Rafael Morla (2011: 62, 64, 66, 70, 72) incurren en semejante error.  Tampoco Emilio Rodríguez Demorizi (Campillo Pérez, 1999: 285ss), Néstor Contín Aybar (id.: 301ss), ni Max Henríquez Ureña (íd.: 309) caen en tal confusión, si bien sus escritos no constituyen estudios detenidos de la obra fundamental del filósofo. 

[7]   Cfr. “Noticia crítica en torno a la evolución del pensamiento filosófico de Juan Isidro Jimenes-Grullón (1903-1983)”, en Martínez (2003: 423-450).

[8]   En su ensayo “Filosofía propiamente dicha”, parte integrante al parecer de un trabajo más amplio titulado Ciencia moderna en la Universidad, el historiador venezolano C. Parra León hace un recuento detallado de las tesis presentadas en la Universidad de Caracas entre 1788 y 1828, así como de los trabajos que figuran en los expedientes de los concursos para profesores (Campillo Pérez, 1999: 31-71). La estadía de A. López de Medrano en Venezuela tuvo lugar desde 1805 hasta 1809 (ídem.: 17-18).  Entre las lecturas más corrientes en la universidad caraqueña de esa época figuran: el Novum Organum de Bacon, los Ensayos de Montaigne,  autores como Aristóteles, Luis Vives, fray Benito Gerónimo Feijoo, defensor de las doctrinas de Vives y de Newton, Hobbes, Verney (pp. 39, 51) en quien, a juicio de Parra, “sin duda bebieron muchos cierta desatinada mescolanza sensualista”, explicable, en razón de que “Verney se contaba entre las fuentes obligadas de la enseñanza universitaria!  Y éso que su lógica ya había sido denunciada por el célebre filósofo Rancio como obra escrita sin plan y sin propósito” (p. 66), y que, según Parra, padecía “un eclecticismo disparatado, impersonal y hasta contradictorio” (loc cit.), Desttut-Tracy, Hume y Condillac (pp. 38, 58ss  ), quien, a juzgar por la cantidad de referencias a su obra presentes en casi dos docenas de tesis y expedientes, hizo escuela en dicha Universidad (pp. 59-63)  y “el método cartesiano (flamante todavía, siquiera sea en parte, en los tratados de Lógica) tuvo también sus apologistas y mantenedores” (p. 34.  Cfr. pp. 40ss), aun cuando “Si fue copiosa la corriente de los seguidores de Descartes, copiosa fue también entre nosotros la triunfadora hueste de sus impugnadores”(p. 44), lo cual se aplica en menor medida a Malebranche y Locke (pp. 50ss), a diferencia de Spinoza que era leído pero que “no tuvo seguidores”(p. 47), lo mismo que Leibniz.

[9] Así, en el parágrafo 3 aconseja que antepongamos al establecimiento de las operaciones que de la mente, que se propone, su análisis “siguiendo las huellas del sapientísimo Condillac” (Campillo Pérez, 1999: 77); en el 14, vuelve a remitirnos la Lógica del ilustrado francés a propósito de su convicción de que el nombre de Dios “está escrito en todas las cosas, lo intuimos en ellas y los sentidos nos elevan hasta Dios (…), como lo demuestra Condillac  en la parte 1ra., capítulos 5 y 6, donde explica de qué manera a través de los sentidos se forman las demás ideas de las cosas no sensibles” (p. 80).  En los parágrafos 28  y 30 hace lo propio respecto al “lenguaje de acción”  o “sonidos no articulados, los movimientos y los gestos” por oposición a la escritura, y a la analogía, que “constituye la entera estructura de las lenguas; de tal suerte que cuanta mayor es la analogía, tanto más claro es el idioma” (pp. 84-85). En el 63 vuelve a remitirnos a aquél con relación a la noción de raciocinio en tanto que “deducción de un juicio de otro” (p. 93); y en el 86, para declarar “con Condillac que el análisis es apto para todo, ya que nos viene dado por la propia naturaleza” (p. 101)

[10]   Aunque su obra es cuatro veces más extensa que la de López de Medrano, y de que son notorias las huellas que en ellas han dejado las ideas de Platón (1985: 21), Aristóteles (íd.: 25, 39), Rousseau (íd.: 72), e incluso el propio Descartes (íd.: 26, 30-33, 71-72, 86, 91), a quien cuestiona constantemente, Condillac jamás los menciona siquiera.  A duras penas hace referencia a Bacon (p. 72), La Enciclopedia (p.91), Euler y Lagrange (nota 1, p. 93), Galileo y Newton (p. 106).  Abundan, por el contrario, las remisiones a apartados y capítulos de otras obras suyas, como Curso de estudios, Historia antigua, Libro III, cap. III (p. 26), Curso de estudios, Lecciones preliminares, art. 1ero: Arte de pensar, primera parte, cap. VIII; Tratado de las sensaciones, cuarta parte, cap. VI (p. 42), Curso de estudios.  Gramática.  Los ocho primeros capítulos de la primera parte (p. 80), Curso de estudios, Historia antigua, Libro III, cap. XXVI, Historia moderna, Libros VIII, IX y siguientes hasta el último (p. 83), Curso de estudios.  Historia antigua, Libro I, capítulos III al VIII (nota 1, p. 105) y Curso de estudios, Arte de razonar, Historia Moderna, libro último, capítulo V y siguientes.  Esa tendencia se atenúa en otros textos, por ejemplo en las “Aclaraciones que ha solicitado el señor Pote de la Doctrine, profesor de Périguex”, con respecto a Leibniz (p. 109) y en el “Extracto razonado del Tratado de las sensaciones”, en que deja ver sus simpatías por Aristóteles (pp. 115-116) y Locke (pp. 115-117, 121) y se refiere de manera directa, aunque en tono de reparo a Platón (p. 116), Malebranche (p. 121) y al propio Locke (p. 119).  Con respecto a este último vuelve a hacer lo propio en su Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos, según tenemos noticia por R. Morla (2011: 68).

[11]   En este punto de vista coincido con Juan Francisco Sánchez, aunque sus razones y las mías son distintas. 

[12]     “Yo no me prometo para combatirlo dictar reglas científicas: mi insuficiencia no puede aspirar a tanto” (Campillo Pérez, 215); ‘Yo invito a todos, si es que no me he engañado…” (p. 219); “He explicado según he podido los fenómenos, no he intentado singularizarme, no me ha movido el empeño de hacer valedero mi dictamen, he procurado que se despreocupe el vulgo, he obedecido a la superioridad que me lo encarga, le presento mis fundamentos con timidez, y espero que los defectos de mi pluma sean disculpados por el deseo con que quisiera acertar en beneficio público” (pp. 225-226).  El 8 de enero envía a La Gaceta de la Capital, una revista puertorriqueña, un reporte y dos composiciones poéticas con el propósito de que sean publicadas, con una nota que, entre otras cosas dice “me apresuro a remitir esta relación verdadera para que se inserte en la gaceta en caso de permitírseme” (p. 231).  En el número 6 de “El Ponceño”, periódico que fundara junto a Benito Viladell y Felipe Conde, publica un llamado a los habitantes de Ponce en el que expone de la siguiente manera su perfil de comunicador social: “Por lo que concierne a mí sin ser redactor ni querer aislarme en la esfera de una singularidad que no apetezco, prometo emplear a menudo mi mal cortada pluma en todo lo compatible con mis débiles alcances” (p. 244).

[13]   “Andrés López de Medrano (c1780-1856), médico dominicano establecido en el país (…) y persona de buena preparación humanística” (Campillo Pérez: 319).

[14]    “El doctor, D. Andrés López de Medrano, varón de encomiables aficiones humanistas...” (op. cit.: 352).

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