miércoles, 8 de julio de 2009

Glosas para un intento de lectura del poemario "Esta Ciudad ha sido Tomada por las Piedras", de Alejandro Gonzàlez

Decir poesía es decir libertad. Ahora bien, todo poeta es, al propio tiempo, un testigo de excepción de su espacio-tiempo histórico. La pasión por la lengua es una de las premisas básicas de la creación poética, si bien la gran poesía sólo deja asomar sus filamentos encantados en la medida en que el poeta transgrede los universos de significado que le han servido de punto de partida. La creación artística tiene siempre un inestimable valor testimonial, pues no sólo revela la altitud estética alcanzada en un momento dado, sino que, además, incluye, como difuminados o a contraluz, vestigios de suyo elocuentes de la tradición frente a la que se levanta y de la circunstancia en medio de la cual emerge.

El quehacer artístico es faena intransferible, estrictamente personal. La particular manera en que un poeta se piensa a sí mismo o percibe la noche, su ciudad o la multitud que, entre una y otra, se desplaza, sólo él puede aportarla. La mirada de un poeta es siempre única e irrepetible. Constituye una callada invitación, persistente sin embargo, a re-mirar con pupilas renovadas la realidad, interna y externa. Por ejemplo, es imposible que volvamos a ver de la misma manera ese momento mágico en que los últimos destellos del día y las primeras sombras nocturnas se anudan, después de escuchar al poeta decir… “sucede la noche/(la negra arquitectura del misterio)/bajo sus límites la ciudad/se va poblando/de/silencios” (p. 14), o de sentirlo emprender la marcha “como un forastero solitario emboscado/en cada esquina por el miedo” (p.23) “agredido por la duda/doblegado (…) entre una muchedumbre/confusa/ que se desplaza aferrada a su sombra” (p. 15).


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Toda poesía es siempre intimista. Comporta un patrón de ajuste de dentro hacia fuera, del mundo a la mente, a la sensibilidad o la intuición del poeta. Todo artista se sabe libre de cualquier tipo de sujeción a códigos y sensaciones. Su hacer constituye una cifra de rebeldía que muestra a otros la vía regia hacia la autenticidad, hacia el descubrimiento de la propia voz interior y de la propia misión a su paso por la vida. El poeta con su hacer nos muestra las condiciones de posibilidad para llegar a ser lo que se es: “una ventana abierta en un segundo piso:/aquí resisto/palabra en mano” (p.20), “aquí/ahora/ mirar es caminar sobre el silencio/resistir/y aún no sabes dónde poner tu mirada” (p.32).


Un artista consciente de su fuerza y de su rol es siempre un oficiante del ensueño y de la libertad. En medio de su ruta “alargada por tramos/de brutal pavimento/donde nunca parece ceder/la penumbra”, “en una urbe hostil donde nadie está seguro” (pp.23-24), el poeta percibe “la esperanza golpeada por el fétido oleaje del viento” (p.41). Pero nunca, nunca pierde la fe. Ataviado del espíritu de resistencia que le es característico camina “temeroso pero determinado a florecer/una palabra entre estas piedras” (p. 49), pues le anima la conciencia de que “alguien bueno espera al otro lado” (p.48). Alejandro González, en suma, nos alerta y nos invita a recorrer de su mano infinitos costados del mundo y de la vida en Esta ciudad ha sido tomada por las piedras.

La República Dominicana es un país que ha donado a las letras iberoamericanas grandes cultores del decir poético. Alejandro González es un heredero por derecho propio de esta veta del hacer cultural dominicano, tanto por el aprovechamiento de su tradición que evidencian sus obras como por la actitud de diálogo que hay en ellas respecto a la poesía contemporánea escrita en lengua española.


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