domingo, 24 de agosto de 2014

Cinco apuestas y una sola intención

"El Proletariado", Dustin Muñoz

Una exposición pictórica es siempre una incitación a mirar la realidad desde una perspectiva inédita. Toda muestra, expresión quintaesenciada de múltiples determinaciones, alberga una intencionalidad manifiesta. Pone en contacto al espectador con un rimero más o menos coherente de planteamientos, sugerencias y patrones de enfoque de orden estético, plástico e incluso sociológico-filosófico. Las posibilidades de cohesión son mayores cuando se trata de creaciones de un solo artista y, mejor aun, si corresponden a una etapa específica de su producción. Lo propio acontece cuando quienes concurren comparten el mismo canon, las mismas apuestas y las mismas técnicas.


Las colectivas que incluyen a creadores de distintas generaciones y estilos suelen ser más complejas, pero también más ricas y diversas. Temas, tratamiento y búsquedas varían de manera ostensible de un pintor a otro. Ni qué decir de la particular manera en que sus vivencias, su formación y su sistema de creencias dan en combinarse para desembocar en una forma concreta de mentalidad. Una de las señas de identidad de la plástica es justamente la concurrencia de escuelas y estilos. El arte constituye, en efecto, uno de los antídotos por excelencia contra la visión de túnel, el dogma y la excesiva seguridad de quienes se creen en posesión de la verdad absoluta. Nos incita a abrirnos a la comprensión de la diversidad del mundo.



La condición unidimensional, el vicio exclusivista y el pensamiento único navegan en la misma dirección, bajo el mismo cielo y hacia el mismo horizonte. Tienen en común el desconocimiento de la alteridad y el impulso primario de anulación de la diferencia. El mero contacto visual con el conjunto de obras que compone «Nuestra Expo: Cinco Artistas de la República Dominicana», deja en el aire la sugerencia de que es posible ser cada vez más comprehensivos, mirar con pupilas renovadas así nuestra cotidianidad como los asuntos más intrincados o abstractos, y, ante todo, que es posible vivir la vida en un plano más alto. Constituye, en tal virtud, una auténtica muestra de arte verdadero.


El poema «Yelidá», de Tomás Hernández Franco, mítico recuento del viaje hacia sí misma de la parte que nos es más próxima de aquella que Vasconcelos llamó la ‘quinta raza’ en su ensayo Raza Cósmica. Misión de la raza iberoamericana (Barcelona, 1925), se cierra con estas aladas palabras: “Será difícil escribir la historia de Yelidá un día cualquiera”. Igual de intrincado e inasible es el conjugado de impresiones, ensueños, propuestas y sentimientos que se expresa a través de las obras pictóricas del quinteto de artistas dominicanos que han acudido a esta cita, sobre todo si nos acercamos a ellas siguiendo exclusivamente la senda del logos y no los caminos augustos de la diversidad, la percepción sensible y del reconocimiento.

Nada somos ni sabemos a ciencia cierta sin la mirada de ese ser-otro que, al posarse sobre nosotros, se auto-des-cubre y nos coloca ante los mil espejos de nuestra realidad vital y sus potencialidades. No se descubre al prójimo observándolo, sino sintiéndose observado por él (Sartre). El prójimo es, pues, en este sentido, donador de sentidos, proveedor de humanidad. «Nuestra Expo» es, pues, ese sí mismo como otro que reclama ser mirado de manera detenida para devenir auto-consciente y participar de la construcción del observador. Tiene, en efecto, todas las características de una propuesta de dialógica interacción.


"El Beso", Manuel Toribio

No se realiza en el mero hecho de explayarse en éste o aquél doblón de la geografía de cualquiera de las dos masas continentales del orbe occidental. Apuesta a más. Se insinúa como sillar propicio al reconocimiento, sobre la base de las diferencias específicas atinentes a cada uno de los costados de nuestro mundo. Como con justa razón dejó dicho Antoni Tapiés, “la posibilidad del conocimiento de la realidad la lleva todo el mundo en sí, y el artista no hace más que ayudar a despertarla en todos los que la tenemos dormida” (Francesc Vicens, Arte abstracto y arte figurativo. Salvat, Barcelona, 1973; p. 9). La acción sin conocimiento conduce irremisiblemente a la sinrazón y al desencuentro.

Algún débil eco del célebre apotegma hegeliano de que “La verdad está en el todo, sólo el todo es verdadero”, pervive en el pannaturalismo darwinista y el perspectivismo de Georg Simmel y de Ortega y Gasset, pero también en la ambición de totalidad del cubismo. Al decir de Apollinaire “Picasso estudia un objeto del mismo modo que un cirujano disecciona un cadáver”, a lo cual Will Gompertz agrega a reglón seguido que: “Esa es la esencia del cubismo: tomar un tema y deconstruirlo a través de una intensa observación analítica” (¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos. Santillana. Madrid, 2013; p. 145).

La verdad de que es portador el cubismo no es tanto la deconstrucción analítica, sino el programa que Braque y Picasso asumieron a propósito de la naturaleza bidimensional del lienzo: enfocar sus temas desde todos los puntos de vista posibles y mostrar todos los planos al mismo tiempo, lo cual hubo de llevarles a apostar por la tridimensionalidad en sus obras y a “escoger las vistas que consideraban que describían el objeto que tenían ante sí de una manera más clara”, en pos de generar “en el espectador una sensación más fuerte de reconocimiento sobre la naturaleza auténtica (…) de lo que sirviera de tema” al tiempo “de ofrecer una representación más exacta de cómo observamos en realidad un objeto” (íd., p. 152).

Mutatis mutandi, «Nuestra Expo» también constituye en sí y por sí misma un estroma mediante el cual es posible acceder a algunos de los determinantes básicos de la presente encrucijada histórica, así en lo particular como en lo universal. Lo mismo que en los diálogos platónicos cada personaje es parte esencial del entramado total del contenido de la obra y de la estrategia discursiva de su autor, cada lienzo y cada expositor expresan en ella una parte indispensable de lo que somos en cuanto dominicanos, iberoamericanos y hombres y mujeres de nuestro tiempo en sentido general. Como en la fábula de “la sociedad del plato roto”, de Simmel, aun en el caso de que faltare así fuese una esquirla, la susodicha totalidad concreta estará incompleta.

"Llegas en la flor y en el agua", José Pelletier


Así, pues, que bien hará el espectador si se detiene debidamente ante cada una de las obras a su disposición, la remite, luego, a las restantes creaciones disponibles en la muestra del artista de que se trate, y éstas a su vez a la totalidad de la «Expo». Tratándose de un repertorio de arte contemporáneo, conviene tomarse el tiempo necesario para aquilatar en toda su riqueza y profundidad los aspectos y la cosa entera. La pintura actual, lo mismo que el Rousseau del primer párrafo del capítulo inicial del Libro III del Contrato social, “no conoce el arte de ser claro para quien no quiere ser atento”. La diversidad de técnicas, estilos, la notable variedad de los temas así como los múltiples tratamientos de que son objeto, constituyen motivos suficientes para que nos demos la oportunidad de adentrarnos en su boscaje augusto con calma y tranquilidad, como también reclama Rousseau a los lectores de su libro.

Como se apreciará al pronto, se trata de cinco pintores dueños de una clara conciencia de su oficio y de la visión del mundo que le sirve de sustento. Abiertos a los más dispares efluvios de la plástica contemporánea, a pesar de su sólida formación académica. Forjados en la fragua de la tradición occidental —con énfasis en los modos que ésta ha adoptado en el curso de la última centuria—, sus trabajos creativos y sus estilos respectivos se han estructurado en un constante proceso de interlocución con los grandes maestros y movimientos pictóricos de ayer y de hoy. En fin, nos encontramos ante trabajadores del arte que se hallan bien anclados en el presente; que nos remiten una y otra vez a su tiempo y sus asuntos, a nuestro espacio-tiempo histórico.

No por acaso sostenía Picasso que “La calidad de un pintor depende de la cantidad de pasado que lleve consigo”. Quienes saben de dónde vienen se encuentran en mejores condiciones de saber hacia adonde van. Sin memoria histórica es imposible alcanzar las cumbres luminosas de la auto-realización, personal y profesional. La ignorancia no produce derechos, salvo los que se expresan mediante el silencio. De espaldas a lo que se es, se anhela y se puede, sin un esquema claro de hacia adonde nos dirigimos es impropio emprender la marcha hacia la consecución de cualquier propósito de mediano o largo alcance. “Para el que no sabe hacia qué puerto se dirige, ningún viento es favorable” (Séneca, Cartas a Lucilio, No. LXXI).

Cada uno de nuestros convidados expresa un costado del aquí y del ahora, con un lenguaje personal, un código de sugerencias y unas estrategias compositivas propias. Ninguna proposición enhebrada como al desgaire y al pasar, del tipo de las que aparecen a continuación, podrá sustituir jamás el instante mágico en que un espectador se posa ante una obra de arte. No me resistiré, sin embargo, a la tentación de dejar caer a modo de fulguraciones tres o cuatro impresiones acerca de las obras puestas a disposición del público en «Nuestra Expo». Un incontenible tropel de imágenes, destellos y evocaciones se agolpan en mi mundo interior, hasta el punto de incitarme a alzarme algunos centímetros sobre el suelo que reposa bajo mis pies…


"La mancha indeleble", Dustin Muñoz

A los pocos minutos de estar en contacto con la producción artística mediante la cual DUSTIN MUÑOZ se hace presente en «Nuestra Expo» una primera intuición se instala en la conciencia como parte del estado de subitaneidad en que, de pronto y sin saber cómo, nos encontramos: sus obras son más, mucho más, que un medio de representación. Cada uno de sus lienzos, si bien nos introduce en un mundo de símbolos y remembranzas de diversa naturaleza, tiene una vitalidad tal que le permite moverse en el ámbito de la realidad pura y dura como uno más de sus componentes. Hay en la obra de este artista singular un fecundo aprovechamiento de lo onírico y de los recuerdos y añoranzas por la vida, los espacios y los tiempos que se fueron y que ya no han de volver (como en “Huellas de un transporte superado”). Acaso por ello el artista —a diferencia de lo que acontece en “La fábula de Aracné”, de Velázquez— en lugar de separar artesanía y bellas artes, deja en el aire la sugerencia de una posible integración de aquélla en ésta a través de las toscas costuras que aparecen diseminadas con gran tacto en su pintura.

El ejercicio del criterio también alcanza en nuestro autor otros muchos ámbitos de la realidad. Cuando arrima el alma al orden social, por ejemplo, en su paleta asoman mil vislumbres de esperanza. Así lo atestigua su preferencia por la luminosidad sin remisiones de sus acrílicos color ocre en los que sol y tierra, tierra y sol parecen fundirse en un solo estallido de luz. Todo ello, unido al acabado dominio de la composición y a la posesión de un trazo firme, depurado y flexible al mismo tiempo, permite advertir que nos encontramos ante un artista cabal, de esos que crean una obra llamada a permanecer, a sobrevivirle y a sobrevivir a quienes hemos sido testigos de excepción de su acendrada vocación de eternidad.



"Nuestro circo", Gabino Rosario 
En la obra de GABINO ROSARIO también es de destacar el acentuado dominio del dibujo y de la composición. La facilidad con que maneja la yuxtaposición de planos y figuras hasta convertir cada obra en una fuente interminable de revelaciones y encubrimientos de imágenes y mensajes es el argumento por excelencia, la afirmación de que se trata de un maestro de la delineación y de la composición. Eso sí, teniendo siempre como referencia y piedra de toque al tema por excelencia de su arte: la condición humana (en su erotismo, en los desplazamientos de sus usos y costumbres, en sus dejos de simulación y disimulación, en el hecho cierto de las aglomeraciones, en su permanente búsqueda de trascendencia, en su desamparo y en sus desnudeces más elocuentes y sentidas, ésas que casi dejan ver el alma, los sentimientos y las necesidades más hondas).

El desnudo femenino ejerce sobre nuestro autor una fascinación sin término. Un concierto indetenible de majas, gestantes y sirenas habitan en sus obras, alternadas, en cerrada contigüidad, por máscaras y rostros de rasgos masculinos, como queriendo decirnos, así en “Eros… Eres… [de la pureza humana y del agua]”, que todos somos uno, no importa si pulsamos las mil cuerdas de la lira del amor o si se tensan nuestros bordones interiores en busca de lo incondicionado. Con la misma suavidad y el mismo donaire, pero siempre en armónica desenvoltura se suceden en sus obras hombres y mujeres de piel de distintos colores y tonalidades, como en sus dípticos “Nuestro circo” y “Acordes de la creación”.

Seres de la más diversa naturaleza y condición se dan cita, en efecto, en las obras con que el artista toma lugar en esta «Nuestra Expo», como cuando en “Mudando el taller” coloca ante nuestros ojos el cosmos, la infinita sucesión de cosas, acciones y elementos de distinta laya, y los mil fantasmas que habitan en el alma de un creador, vívido reflejo del carácter abarcante y totalizador que anima su quehacer artístico. Resulta, pues, casi imposible separar su pintura de una concepción filosófico-antropológica de la que se nutre y frente a la cual reacciona. Parece querer decirnos, con Thales, que “el mundo está lleno de dioses”, que el hombre es uno y diverso, y que todos participamos de todo; mientras que en “Acordes de la creación” nos sirve la idea de la transmutación general de las cosas y de los seres animados, y la percepción de un principio generatriz de los ciclos y las secuencias que hacen posible, en una interminable cadena de flujo eternamente vivo, como el fuego y el río heraclíteos, la permanencia de la especie humana sobre la cansada tierra.


"La noche en la isla", José Pelletier
Dibujante de trazo preciso y juguetón al mismo tiempo, capaz de delinear un rostro con sólo algunos movimientos en curva de su mano, JOSÉ PELLETIER ha optado por la búsqueda de la abstracción en su estado puro para esta exposición. Una descarga sin término de vivos colores que se superponen y se cortan entre sí nos comunican sin ambages que nos encontramos ante un pintor cuya obra está dotada de una particular fuerza, de una energía poco corriente. Es un poeta del color y de la composición. Su obra no imita ni remite a ningún objeto real fácilmente identificable. Constituye, pues, un ferviente llamado a la libertad del espectador, pero también a penetrar en el templo augusto de su intimidad al tiempo que ausculta las voces pluritonales que emergen de su intimidad más honda.
Sus obras son, ellas mismas, valiosas per se, por el sólo hecho de estar en el mundo, como el aire o la flor, como la música que por el viento se desplaza a costa de la garganta del ruiseñor. Cierta música celeste se desprende, en efecto, de alguna parte y nos lleva a desplazarnos de uno a otro confín de cada una de sus obras. A veces son lentos nuestros movimientos, a veces acompasados, y, en ocasiones, repentinos, según lo sugiera el movimiento del trazo a lomos del cual cabalguemos en ese momento.

De su arte pictórico, en esta etapa de su producción, salvadas las debidas distancias, se puede afirmar lo que acerca del deporte favorito de los sudamericanos y los europeos ha escrito José Antonio Martín Petón: “El fútbol bien jugado tiene una belleza y una armonía muy difícil de igualar porque va servida con pasión”. El sentido de la musicalidad no es, en modo alguno, ajeno a la aprehensión de lo pictórico puro. Kandinsky presumía de palpar con total claridad los sonidos de sus obras, y nuestra Elsa Núñez, si bien desde un estilo completamente diferente, ha dicho en más de una ocasión que mientras trabaja siempre escucha música.

Así como la música traspasa fronteras y, como lenguaje universal que es, constituye uno de los invariantes antropológicos por excelencia, la obra de Pelletier encamina la intuición de sus espectadores hacia algunas de las estructuras constitutivas básicas de la humana condición. Puestos a buscar rudimentos a partir de los cuales adivinar sus estados de conciencia o sus estrategias de orden discursivo, con el albedrío que la pintura abstracta sugiere y exige de parte de quienes las observan, bien podríamos descubrir en sus trabajos lo mismo la sugerencia del reconocimiento de determinados derechos de quinta generación, por ejemplo en “Un grito en mi boca que mi boca no grita”, que una cierta conciencia del crisol étnico-racial, y un vehemente llamado a la fraternidad, a partir de sus acrílicas “La noche en la Isla” I y II, y en “Como rojas raíces que se tocan”.

Un primer acercamiento a la obra de Pelletier podría sugerir la idea de que se trata de una pintura completamente espontánea. No es así, sin embargo. No lo fueron las docenas de “Improvisaciones” de Kandinsky, y tampoco lo es ninguna de las obras escogidas para esta muestra. Arduo es el camino de la libertad en el trazo, la completa flexibilidad en los temas y el desenfado cromático con que a través de éstas entramos en contacto cuando se proviene del más puro academicismo. Hay quien cuenta que en cierta ocasión Picasso, mientras trabajaba a solas en su taller, le oyó decir que para pintar como Rafael sólo había necesitado cuatro años, mientras que para aprender a pintar como un niño había necesitado toda la vida.


"Al borde del camino", Manuel Toribio

Las obras de D. Muñoz, G. Rosario y J. Pelletier han surgido a la sombra del ropaje cálido de sus talleres respectivos. Las propuestas pictóricas de MANUEL TORIBIO para este salón, parecieran haber sido realizadas en plein air, como gustaban Manet, Renoir y Pissarro, entre otros. Su estilo, sus estrategias compositivas y los modos en que aborda sus temas son empero completamente diferentes a los abordados por aquéllos, aun cuando comparte con ellos la pasión por la luz natural y el paisaje. Su condición de dibujante consumado permite que los efectos de la luz prevalezcan sobre los árboles, arbustos y montañas.



No están allí únicamente para ser miradas o contempladas, sin embargo. El predominio de las líneas verticales se traducen en una percepción repetida de profundidad que nos incita a pasar de un plano a otro, y a recorrer cada propuesta de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, en una incesante búsqueda de la frescura y la novedad con que a cada paso toparemos. A este recorrido siguen otros desplazamientos un tanto más tranquilos, a los que nos inducen las horizontales ligeramente curvadas con que por lo general damos en las partes más bajas y más altas de sus composiciones, plenas de luz, de brillo y de vivos colores.
Su pasión es documentar el paisaje adobándolo con la destreza de su mirada privilegiada, el candor de su imaginación y la fuerza de su paleta vigorosa. Cada una de sus acrílicas parece susurrarnos, transida de fenomenológico entusiasmo: ¡volved a las cosas mismas! Ahora bien, la actitud del artista no es, en modo alguno, pasiva. Aquí y allí, dos saltos de agua carmesí como flamboyanes bien pueden sugerirnos una cierta preocupación del artista por los estragos que en la naturaleza causa la minería. Es como si el ecosistema sangrase, cuando se taladra el suelo en busca de los bienes llamados a satisfacer la vanidad y la ambición, como en “Al borde del camino”, pero también cuando se la tala en nombre de la supervivencia o la apertura de nuevas vías de comunicación, como en “Heridas de sol” y “El beso”.

Grande es la persistencia de aquélla, a pesar de los pesares. Las heridas escarlata, aun circundadas por un luctuoso negro, no impiden la aparición de la luz del sol en lo más alto de la obra, ni el supremo verdor continuo de diverso tono, ni el bermellón alegre de los árboles que crecen “Al borde del camino”, ni logran contener el impulso de vida que se manifiesta en el arbusto que emerge en lo más alto de un tronco cortado en “El custodia”, que se puebla de aves en “Como nidos para pájaros” y de seres humanos en “Parnaso en el trópico”. Vistas así las cosas, a más de mostrar con inusitada elocuencia la persistencia de la vida natural, se perciben la vocación ecológica del pintor y el reclamo de unos derechos en cierto modo difusos de la Naturaleza a la que, al parecer, se concibe como un organismo viviente, al modo de Lynn Margullis y James Lovelock, como bien podría seguirse de “El beso”.

Y de besos hablando… ese Beso que es unión de dos almas más que de dos cuerpos en Rodin, si bien sus estilos respectivos poco o nada tienen en común, en MIGUEL VALENZUELA es fusión y disolución. Sus personajes (cantantes, lectores, músicos, pintores, viajeros, etc.) parecen fundirse con sus funciones y con las herramientas e instrumentos que las hacen posibles. Así como Narciso devino una y la misma cosa con el suelo que pisaba y la fuente en que su rostro y su mirada de sin igual belleza se reflejaban, y Aracné se fundió con aquello que mejor sabía hacer al conjuro del deseo de Atenea, las imágenes y figuras que pueblan estos óleos de nuestro pintor se convierten en una y la misma cosa con su espacio, sus ajuares y su vocación, incluido el mismo Valenzuela en “Autorretrato”.

"Homenaje a la Música III", Miguel Valenzuela

Las torres almenadas que aparecen en esta obra, una llena de luz, la otra en claroscuro, en su taller, nos hablan de seriedad con que el pintor afronta la tarea de llevar al lienzo sus percepciones y concepciones: paño y caballete se han amalgamado para ser torre o fortaleza a ser tomada por el artista. Pintura refrescante y colorida que no deja de ser conceptual, que se toma la libertad de sustituir determinados motivos por huecos —así en “Homenaje a la música II”, “Autorretrato” III” y “La espera II”—, como invitando al espectador a penetrar por ellos hasta lo más recóndito de lo pictórico y sus rosas íntimas, o acaso a modo de ventanas del alma a través de las cuales puedan penetrar el aire y la luz hasta las cabinas más íntimas de los seres dimorfos de que están repletas sus propuestas.

Empero, más allá o más acá de las especificidades de cada uno de los conjuntos pictóricos que dan cuerpo a «Nuestra Expo: 5 artistas de la República Dominicana», es posible identificar algunas invariantes, independientemente de los respectivos estilos en liza: son obras estructuradas en permanente diálogo con la tradición plástica occidental y, de manera especial, con la configuración que ésta ha tomado en Hispanoamérica y en el país de origen de los artistas representados; los temas por ellos abordados tienen un marcado valor testimonial, personal y colectivo; lo global y lo identitario aparecen de tal modo entrelazados que lo primero remite a lo segundo necesariamente, y viceversa, y con tal donosura que cada obra constituye una callada invitación a remirar con renovadas pupilas los fastos de nuestra época y de la condición humana actual. En suma, la muestra completa invita a una suerte de percepción de segundo orden sobre los asuntos del mundo.

Quien se arrime, con el alma en las pupilas, a esta «Nuestra Expo» puede tener la seguridad de que entrará en contacto con los determinantes básicos del modo de ser de los dominicanos y de los hispanoamericanos del presente; y, por ende, con algunas de las notas características de nuestra contemporaneidad. La presente muestra pictórica es, como se podrá advertir al primer contacto con las obras que la informan, un testimonio eminente de que cuando lo concreto es abordado como la expresión quintaesenciada de múltiples determinaciones, el resultado no puede menos que ser el advenimiento de un planteamiento pictórico universal y llamado a permanecer.

Alejandro Arvelo
Junio, 2014.
4 Nuestra Expo... 5 artistas de la República Dominicana