martes, 27 de enero de 2009

Los periódicos y la memoria histórica

Un pueblo sin memoria es lo mismo que un pueblo sin historia. Su desplazamiento en el tiempo es meramente circular. Es un proyecto varado en medio del camino.
La memoria histórica es un factor crucial en la pervivencia de una nación cualquiera más allá del instante presente. Sólo su existencia garantiza la continuidad en el tiempo de los hábitos mentales, recursos idiomáticos e inclinaciones cotidianas que producen en los miembros de un conglomerado social la identificación necesaria para asegurar su cohesión y aun su defensa y su futuro.
La irreductibilidad de un pueblo depende en gran medida de la voluntad de sus integrantes para mantener viva la antorcha de su necesidad histórica frente a las nuevas generaciones. Ahora bien, la voluntad está medida por la conciencia. Esto es, por la capacidad de los miembros del conjunto social para darse cuenta de su esencia y perspectivas; de sus atributos y de sus búsquedas y proyectos.
A los dominicanos de las últimas décadas les han empeñado dos preguntas fundamentales, ontológica una: ¿qué somos los dominicanos; qué es ser dominicano?; teleológica, la otra: ¿hacia adonde se dirige la balandra nacional? En busca de respuestas convincentes se ha organizado uno que otro seminario, docenas de ensayos y artículos han visto la luz en diarios, revistas y suplementos culturales, se ha dado a la estampa más de un libro luminoso.
En los momentos de crisis o de radical inseguridad, los hombres se aferran con fuerza a su pasado o buscan con afán los fundamentos de las cosas. De la formulación de aquellas interrogantes y de los sucesivos intentos de respuesta bien podría inferirse que o hemos comenzado a pensar en grande o acaso intuimos que nos abocamos a una suerte de vendaval axiológico de impredecibles dimensiones, o que una sensación de cataclismo intermitente se ha apoderado de nosotros. Pero también, que no está lejos el momento de la promesa.
De la noche nace el alba, de las dificultades, los momentos de sana reviviscencia.
Entre las fontanas por nosotros frecuentadas para resolver el problema ontológico aludido (“ ¿qué somos?”) - que a su vez nos remite a uno de carácter teleológico (“ ¿hacia adónde vamos?”) y a otro de tipo moral (“¿qué hacer; cómo comportarnos para no caernos del mundo?”) – los textos historiográficos han desempeñado un papel de primer orden.
A problemas generales, filosóficos, hemos dado soluciones particulares, restrictivas.
Nuestros historiadores sólo se han interesado, hasta ahora, por el estudio de los hechos trascendentes, de las grandes tendencias de nuestro pasado social, las principales etapas económicas de la nación y las biografías de nuestros héroes. Y es evidente que en esto se han descaminado.
La historiografía sólo es auténtica en la medida en que aprehende la totalidad de los hechos humanos. El sentido de totalidad es esencial a cualquier intento de conocimiento, sea cual fuere su objeto de investigación. Claro es que si del hombre se trata – el ente pluridimensional por excelencia – la unilateralidad adquiere ribetes dramáticos; de tragedia, en ocasiones.
La historia no es reductible a la cronología de los hechos políticos. La política es sólo uno de los costados de la actividad humana. La definición aristotélica del hombre como zoom politicon, que ha sido una de las excusas predilectas de los dominicanos de los veinticinco años, no es tan limitada como a primera vista parece. En el Libro VI de La República se advierte que para los griegos de los siglos IV y III AC, “animal político” significa mucho más que demagogo, activista y sectario fanfarrón, siempre dispuesto a aplaudir a los pastores de su rebaño y presto para el reparo y la crítica de todo lo demás. El animal político era, entre ellos, el hombre que podía exponer y defender con argumentos sus ideas en las asambleas helénicas. El hombre aristotélico es a la vez un pensador, un orador y un hombre interesado en los asuntos de la polis.
La noción de hombre es amplia y compleja. Las ciencias, las instituciones, la riqueza, la política y los ejércitos, y aun la naturaleza, en la forma en que hoy se presenta, y las ideologías, por él y para él fueron creadas. El conocimiento de cualquiera de los componentes de la realidad nos remite al hombre de algún modo; y el objeto de la historia es la existencia humana en todas sus dimensiones.
Quienes sientan deambular en su mundo interior la necesidad de hacer algo en aras de la memoria histórica de nuestra nación, tendrán que renunciar al odio, a la ironía que corroe y anula las potencias del alma, y a la tendencia a la exclusión que con frecuencia nos domina. La regeneración nacional es una obra de amor; un quehacer ajeno por esencia y existencia, a los desmanes de los espíritus de contradicción. Es mucho lo que en ese sentido han hecho y seguirán haciendo los reporteros y redactores conscientes del peligro que pesa sobre la República Dominicana del presente. Y de manera muy especial, los directores de los medios masivos de información; sobre todo, de aquellos que tienen bajo su responsabilidad a los de mayor aceptación, los más influyentes. El público lector, por su parte, está en el derecho, tiene la obligación de exigir los niveles adecuados, escogiendo uno y castigando con la indiferencia o la censura a la temeridad, a la mendacidad que seduce y al silencio interesado.
En los tiempos que corren, el periódico es el principal depositario de la memoria histórica de los pueblos. Recoge y conserva en sus páginas la historia menuda de las sociedades; la misma que en otros tiempos era transmitida de boca en boca, de generación en generación, con la finalidad de garantizar la continuidad en los proyectos, en las costumbres, en las instituciones; el respeto a los acuerdos, el estímulo hacia el heroísmo, y la defensa del propio terruño. Pero también la gran historia, la vida de los grandes hombres, la crónica de los hechos trascendentales, los hitos tecnológicos y de conciencia.
Por sus páginas transita el espíritu de la nación.

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