miércoles, 3 de junio de 2009

El diálogo filosófico, avanzada de la conciencia crítica dominicana del presente

(a propósito del libro “El problema de la elección moral” de Eulogio Silverio)
El diálogo filosófico, género de reciente factura entre los dominicanos
Los ensayos, los manuales y los tratados anidan, entre los intersticios de su entramado conceptual, la posibilidad de fosilizar el pensamiento. La racionalidad, como la vida, es incesante búsqueda; ángel en vuelo que no conoce de cansancios ni puertos de llegada.
Platón, sabedor de estas cosas, no sólo inició un sendero nuevo en la consideración de las cuestiones filosóficas, sino que, incluso, llegó a plantearse teóricamente el asunto en el Fedro (275 a). el mito de Theuth le ofreció el motivo perfecto para la conversión del tópico en materia de meditación.

El dios egipcio, inventor de la escritura, se presentó un día, sin más, ante el trono de Thamus, el faraón: “Este conocimiento, ¡Oh rey!, le dijo, hará más sabios a los egipcios; es el elixir de la memoria y de la sabiduría lo que con él se ha descubierto”. Mas, como el faraón entreviera que el dios en su euforia había perdido de vista un aspecto principal, con la debida prudencia, se dispuso a hacérselo notar: “la escritura ¡Oh Theuth!, producirá en los hombres, el olvido de la sabiduría. Fiándose de la escritura, recordarán de un modo externo valiéndose de caracteres ajenos, no desde su propio interior y de por sí. Será, por tanto, la apariencia de la sabiduría, no su verdad, lo que la escritura procurará a los hombres. Una vez que haya hecho de ellos eruditos, sin verdadera instrucción, su compañía será difícil de soportar, porque se creerán sabios en lugar de serlo”.


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Sobradas razones tuvo Platón para desembocar en este modo de pensar. Aun hoy es posible escuchar la expresión doliente de algún erudito que confunde la sabiduría con el conocimiento. No por poder hablar con propiedad acerca de algo, sugiere el filósofo, en alguna parte del Gorgias, se es sabio en sentido estricto. La filosofía comienza o, acaso, termina, allá donde acaba el reino angosto de las palabras. Ahora bien, consciente de ello, él mismo procuró un medio idóneo para vincular el carácter dinámico e inacabado de la reflexión filosófica con la vocación de permanencia que le es inherente: el diálogo. Escrito, permanece siempre abierto a toda posibilidad alternativa de enfoque y de inclusión de cualquier matiz o acaso la superación de loa firmado. Su obra toda, excepto las Cartas y la Apología, está hecha de materia dialógica. Por las páginas de sus diálogos deambulan, con espontaneidad de manantial, los problemas fundamentales de la filosofía occidental desde hace ya veinticuatro siglos. ¿ Por qué no Platón?, se pregunta Feyeraben en uno de sus libros; como platonismo para las masas, ve Schopenhauer al cristianismo; como nota al pie de página del mito de la caverna, califica A. N. Whitehead a toda la tradición occidental; y, dicho sea de pasadas, no están del todo descaminados.

la obra El problema de la elección moral, conecta con esta línea de frecuencia formidable que tantos frutos maduros ha aportado al pensamiento contemporáneo. Constituye un conjugado armónico de diálogos acerca de temas filosóficos cuyo punto de partida es, casi siempre, un entramado de situaciones nada ajenas a la cotidianidad individual, familiar o colectiva de cualquier dominicano de los tiempos que corren, como se verá más adelante. El drama, connatural a toda existencia auténtica, en modo alguno podría estar ausente de las nueve situaciones seleccionadas por el joven pensador dominicano Eulogio Silverio. Cada bloque temático incluye la narración de un hecho y la discusión de los tópicos allí presentes o sugeridos. El cuestionario que sigue a cada apartado invita lo mismo a la introspección que a la apertura hacia los demás y sus problemas.
Hay en este enfoque abierto de la forma filosófica de conocer el mundo una secreta convocatoria a valorar y a respetar al otro, así en lo individual como en lo colectivo. Pero, también, la sugerencia de que toda filosofía es siempre un pensamiento en construcción. Proyecto inacabado, ars inveniendi, como la vida; y, en tal sentido, cifra de apertura, antes que radical tendencia a la exclusión o a la supresión del que se percibe diferente.

En efecto el hecho de que su modo primigenio de filosofar se presente ataviado del ropaje augusto del diálogo sugiere, entre otras cosas, que es la de este joven pensador una filosofía en construcción, como todo auténtico quehacer filosófico. Es un pensamiento vital, abierto a toda posible fecundación. Incompleto, como toda obra de arte y, aun, como todo fruto maduro de la racionalidad. A ras de la lectura que ahora ocupa nuestra atención se percibe, sin mayores esfuerzos, lo mismo el proceso de constructiva estructuración de un sistema de mundo como que a través de cada uno de los personajes que por las páginas de este libro, se desplaza un solo espíritu: el de su creador. Las intervenciones del Maestro Novas, personaje central que anuda, con su genio y su presencia, las nueve narraciones y subsiguientes conversatorios que componen el libro son, a todas luces, de carácter unificador (cfr. Pp.34, 106).

Acerca del diálogo puede afirmarse lo que en torno a la filosofía predica René Descartes: ha sido cultivado por las mentes más selectas y sensibles que ha conocido la humanidad. A más del caso señero de Platón, el género cuenta en occidente con cultores de primer orden, cual es el caso de Jenofonte; de Aristóteles, en sus años aurorales como pensador independiente; y por Luciano de Samosata, ya en pleno auge de la civilización romana. Descartes en “la búsqueda de la verdad mediante la luz natural”, recuperado en 1650, y David Hume, en sus Diálogos sobre la religión natural, escritos en 1752 y publicados en 1779, también se sirvieron de este medio de expresión de ideas. En la República Dominicana, sin embargo, su aparición es relativamente reciente. Eulogio Silverio, justamente, figura entre los primeros en valerse de él, a guisa de herramienta propicia para el razonamiento filosófico – a través de su sección fija en la revista Arjé – al igual que Jacinto Gimbernard, mediante su colaboración semanal en Isla Abierta, suplemento sabatino del periódico Hoy. Los primeros en publicar libros de este género son León David, con su Jenócrates o en desagravio de la estética (2004); Andrés Merejo, con sus Conversaciones en el lago (2005); y Eulogio Silverio, con la presente obra, dada a la estampa durante el curso del mismo año.

Los ejes temáticos de la promoción 90

Cinco son las líneas de trabajo que pueblan el orbe intelectual de la promoción filosófica de los noventa: la hermenéutica, la epistemología, el retorno a los clásicos, el pensamiento filosófico producido en la República Dominicana y la cuestión de la identidad nacional. El primer renglón encuentra en Edickson Minaya la expresión depurada (cfr. Filosofía y sentido. Apuntes para una concepción hermenéutica de la filosofía, 2003); el segundo, en el grupo Break y su formidable revista Paradigmas, que dirige Leonardo Díaz; el tercero tiene en José Rosario Jiménez (cfr. La filosofía en su diversidad, 2001), Domingo De Los Santos (De la antigüedad a la post-modernidad, 2002) y Miguel Poueriet (Te invito a filosofar, 2005) consagrados obreros del hacer intelectual. Sólo en los casos de los últimos tres bloques temáticos se advierte una cierta relación de continuidad-discontinuidad con respecto a sus precedentes inmediatos, los miembros del componente filosófico de la generación 80. La cuarta de estas problemáticas es la menos favorecida en términos de publicaciones e investigaciones.

Nuestro autor corresponde al último de estos cinco universos de sentido. La identidad y, con ella, el problema de la elección moral es, con mucho, el tema básico de su quehacer reflexivo desde hace poco más de diez años. La presencia de Tomás Novas, personaje central de este, el primer libro de diálogos filosóficos de Eulogio Silverio, simboliza el vínculo histórico entre la generación ochenta y la promoción noventa, el necesario proceso de aprehensión negación en este derrotero inexorable. Tomás Novas, el filósofo, es, con mucho, el estandarte de la generación ochenta. Sus miembros están de acuerdo en que es el producto más acabado de esa hornada. Nadie como él sintetiza nuestras búsquedas, nuestras ambiciones intelectuales, nuestra sensibilidad y nuestros sueños. De modo, pues, que nadie como él para expresar las relaciones necesarias entre una generación a la que le ha llegado la hora de rendir cuentas y otra a la que le toca balancearlas.

Muchos de los temas de la generación ochenta son sometidos a minucioso enjuiciamiento, así en Conversaciones en el lago como en esta obra. A lo mejor, nos están indicando estos jóvenes autores, mediante el supremo recurso a la sugerencia, que el quehacer filosófico dominicano ha echado a andar por los senderos de la adultez intelectual. En efecto, como andadura filosófica, el diálogo constituye un punto de llegada: le antecede un respetable linaje: el aforismo (los siete sabios de Grecia, Zenón, Anáxagoras, Heráclito, Demócrito); el poema (Jenófanes, Parménides, Empédocles), y el teatro (Sófocles, Aristófanes). En la República Dominicana de los tiempos que corren, bien podría haberse operado un devenir en cierto modo semejante. Pero, mejor, no adelantemos percepciones. Internémonos, pues, en el boscaje cálido y fresco a que la sola presencia de este libro nos convoca.

Ensayo de descripción formal estructural de la obra

El libro está compuesto por nueve diálogos en cada uno de los cuales el personaje que hace de moderador, “Profesor Novas”, plantea un suceso o situación que somete a la consideración de sus alumnos y, una que otra vez, de algunos invitados especiales a aquel salón de clases imaginario, como ocurre con Jesús Rivera, en “Autonomía y heteronomía moral” (pp.121-145), o con Berkis y René en “La conclusión” del segundo de los diálogos en que se plantea su drama. Los supuestos alumnos, libremente y prevaliéndose de certeros argumentos, abordan las cuestiones que se suscitan a partir de diversos patrones de enfoque (kantiano, marxista, estoico, nihilista, cristiano, existencialista), en un ambiente de respeto mutuo y franca camaradería. Al segundo, séptimo, octavo y noveno diálogo siguen a guisa de cierre, enjundiosas indicaciones de orden teórico, práctico o metodológico del personaje central.

Las piezas que conforman la obra, a excepción de las dos primeras, desembocan, como llevamos dicho, en un cuestionario mediante el cual el lector tiene la oportunidad de integrarse al simposio de las páginas precedentes. Las preguntas que los informan mueven, ciertamente, a la introspección antes que a la repetición o a la pasividad mental. Mal podría un texto de filosofía anteponer la memoria a la reflexión. La búsqueda de razones que sirvan de sustento a las actitudes y a las convicciones de los sujetos que deambulan por las páginas de este libro, es otra de sus constantes notorias. Esto convierte al texto en un llamado sostenido a la criticidad. El personaje en que mejor encarna este imperativo del filosofar es un “Profesor Novas”, quien, por ejemplo, a pesar del acentuado dramatismo de la segunda parte de “El caso de Berkis y René”, no hace sino, preguntarse a cada momento por qué, cómo, que debió hacer, eso cree usted, qué pasó con las ilusiones de ayer, vale la pena…, acaso como un medio sutil de mostrar al lector una vía regia hacia los dominios del propio mundo interior lo mismo que hacia los más profundos arcanos del cosmos.

Más adelante, en el curso de la sexta intervención del “Profesor Novas”, en el diálogo “Los problemas de la libertad”, su voz se deja sentir con firmeza así en torno al rol del maestro como al método de trabajo de quienes aspiran filosofar. Luego de narrar el caso mentado, a lectores y alumnos, nos recuerda que, a diferencia del docente al uso en la actualidad, su papel “no es el de acallar voces, ni el de formar una religión en el aula promoviendo dogmas de fe en torno a una determinada corriente de pensamiento. Yo (dice) defiendo y defenderé la filosofía como un espacio abierto a la discusión y a la reflexión racional”, pues “el sentido de la expresiones” de los demás, ha y que “rebatirlo con argumentos racionales”. Estas palabras encierran todo en programa académico, e incluso, político. Las reformas del pensamiento y de la práctica educativa acaso son, como hace ya más de un siglo entrevió Eugenio María de Hostos, los únicos experimentos sociales que no se han puesto en ejecución en la República Dominicana; las únicas que, quizás puedan reencauzarnos de manera definitiva; devolvernos la salud interior y la frescura necesarias para instalarnos en la historia contemporánea sin menoscabo de la propia identidad. Este libro, como de soslayo, traza algunas pautas adicionales en ese sentido. La invitación a penetrar en su fronda virgen acaba de ser girada. Sus hojas, como amigas puertas, están abiertas de par en par.

Además de las cuestiones básicas abordadas en cada uno de los diálogos que forman el texto (la maledicencia, la libertad, el aborto, la eutanasia, el valor moral, la autonomía y la heteronomía morales, fines y medios, ética y sentimientos), aparece en él un rimero inmenso de tópicos subsidiarios que superan con creces el horizonte de sentido que sugiere el titulo de la obra: la elección moral. Asuntos como los anotados en los parágrafos precedentes – la misión del maestro, la estructura del quehacer filosófico, la responsabilidad social del filósofo – de no menos alcance lógico, también encuentran eco en esta obra. A la vera de éstos figuran, por derecho propio, el estado actual de la vida social dominicana, el modo de hacerle mudar hacia mejor, la aclaración misma del concepto de ética o de moralidad, que tampoco son ajenos al orbe de las preocupaciones intelectuales compartidas de buen grado por nuestro autor con sus lectores. Personajes diversos, desgarrantes situaciones cotidianas, constituyen, casi siempre el pretexto perfecto para que el joven filósofo nos induzca a meditar, una y otra vez, en torno a los grandes temas de la conciencia occidental.

Esta obra conecta con una de las más nobles tradiciones de Occidente. Empero, hoy como en la antigüedad clásica su particular estructura concita en la conciencia crítica del presente de la misma incertidumbre que en los lectores de antaño: ¿cuál de los personajes expresa el criterio, las dudas, o las convicciones del autor? ¿Acaso el principal, el personaje central? Todo lo que en estas páginas se encuentra: personajes, trama, argumentos, objeciones, moralejas, refutaciones, es de la exclusiva factura de Eulogio Silverio y, en esa medida, canal de expresión de su visión del mundo. ¿Por boca de quién habla el autor? Por boca de todos y cada uno de sus personajes. A los postres, él es dueño de la escena: quien decide si alguien habla o calla, cuándo lo hace, y cuáles temas son convertidos en materia de diálogo. Aun cuando aquí aparezcan nombres tomados de la vida real (Profesor Novas, la esposa de Morla, Penélope Morla, Fafa Taveras, Jesús Rivera, el propio Silverio), ninguno de ellos constituye una persona real. Son estereotipos dinámicos que expresan un cierto costado de la obra toda.

No por acaso el autor hace a todos evolucionar a lo largo de su libro, incluidos los alumnos, verdaderos sujetos activos de cada uno de los diálogos, quienes, a todas luces, terminan hablando un alengua que al inicio les era por completo extraña. La indicación de Profesor Novas, en la penúltima de sus intervenciones en “Autonomía y heteronomía moral”, dirigida a su homólogo Jesús Rivera, deja claramente sugerido el carácter dinámico de los personajes así intervengan en solo uno de los diálogos: “Sí, eso es lo natural; a eso es lo que llamamos apertura al saber; ya que es el momento cuando el individuo puede crecer en el conocimiento, porque ese estado de incertidumbre y de duda lo conduce a apersonarse a la compresión racional de los problemas (…). Ese es el espíritu de la filosofía, dejar la pregunta, nunca cancelarla; al contrario, abrir nuevas; en consecuencia, será usted mismo (…) quien tendrá que construir las respuestas a las preguntas que había formulado desde el principio”.

De continuo, y a propósito del símbolo a que se dirige Profesor Novas en este pasaje, puede acontecer que el lector dé en pensar que tiene esta obra un carácter historiográfico. Cuatro indicios le ayudarán a cambiar de parecer: en primer lugar, conforme a lo dicho en la sexta intervención de Profesor Novas, en el diálogo final de la obra, “Sentimiento y valor moral. Un camino sin salida”, para el verano de 1976, él tenía la edad de 14 años. Quienes conocen al filósofo, a Tomás Novas, saben que no es así; que el ilustre académico, para esa época, contaba con otros años. El propio Silverio apenas contaba en ese entonces con diez años de edad, lo cual despeja, por demás toda la sospecha de identificación del autor con el personaje central. En segundo lugar, la esposa del Novas del relato es médica; la de la vida real es profesora. En tercer lugar, el relato antes mencionado sitúa la residencia de los ascendientes del Profesor Novas en Puerto Plata, y la de su progenitor en Santo Domingo. En la vida real, los progenitores del Maestro pertenecen a una noble familia sureña. De modo, pues, que el Novas de los relatos filosóficos es distinto al Novas de la vida real. Nuestro autor, al develar a través de todos los personajes antedichos, sus ideas y su método de trabajo intelectual, acaso nos está sugiriendo que, cual sugiere dicho personaje, toda filosofía digna de ese nombre es siempre una obra en revisión y construcción. Cada uno de estos enfoques acaso indica el sendero seguido por nuestro autor antes de abrazar una convicción. La obra concluye, de hecho, con un final abierto, que evoca o justifica el titulo de la misma: El problema de la elección moral. Es como si no quisiera tocar puerto de llegada. El final, de hecho, constituye un camino pleno de interrogantes – que no de respuestas ni convicciones.
Es una invitación ferviente a pensar y repensar, una y otra vez, los asuntos que, desde la antigüedad clásica hasta nuestros días, han aguijoneado el entendimiento de los hombres más lúcidos que han conocido la civilización occidental.

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