miércoles, 20 de mayo de 2009

La lectura filosófica, un tipo específico de lectura

La Filosofía se ha expresado, a través del tiempo, mediante diversos géneros y modos. El poema, el aforismo, el diálogo, la memoria, el ensayo, la autobiografía espiritual, el manual, la pieza oratoria, el tratado, la confesión y el teatro, entre otros, han sido, de manera consecutiva o concomitante, medios alternativos escogidos por los filósofos para la puesta en común de sus preguntas, reflexiones e intuiciones. Con frecuencia acontece que es preciso ir a buscar los núcleos fundantes de esta particular manera de occidente de acercarse a los secretos del cosmos al corazón mismo de una selva virgen plena de metáforas, personajes imaginarios o de situaciones jamás vistas. En este sentido, la lectura filosófica es, como cualquier otra, un proceso de acercamiento sucesivo.

Todo texto es pasible de una lectura filosófica. Toda creación de la mente humana, e incluso cualquier costado de realidad es pasible de interpretación. La intelección es la única vía de hacer que un objeto, una obra o un conjunto de palabras pase a formar parte de un universo de significados, si bien en el artista y en el pensador el esfuerzo de comprensión se inicia en el momento mismo en que se dispone a exteriorizar sus percepciones. La sola conciencia de la existencia de algo o de alguien contiene, en efecto, la semilla de una cierta comprensión a partir de la cual lo percibido adquiere nueva dimensión. La interpretación es, pues, una de las múltiples aristas de la realidad.


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La Filosofía hay que buscarla en los temas y en el tratamiento por ellos recibido, más que en el recipiente utilizado por los autores, sus orientaciones profesionales o los títulos de los libros. La naturaleza de la lectura depende más de la disposición espiritual del lector que del soporte o el formato de presentación del texto. Diversas son las actitudes con que nos acercamos a libros y cuartillas, tratados, periódicos, octavillas. Suele acontecer que lectores de diversa condición y edad dan por acercarse a las obras escritas por los filósofos y a las obras filosóficas de una carga considerable de preconcepciones. Se piensa que se trata de textos concebidos por gente superior para mentes privilegiadas; que son bloques conceptuales impenetrables, y que la oscuridad campea de uno a otro confín. Se los aborda, en la mayoría de los casos, de una manera tan excesivamente respetuosa que se ejerce un efecto paralizante sobre el entendimiento del lector.

La lectura filosófica es un tipo específico de lectura, de la misma manera que la Filosofía constituye una forma concreta de Literatura. Libros, periódicos y revistas de toda laya por igual aguardan la atención de un lector amable que se acerque a sus páginas entintadas o digitalizadas y plenas de generosidad. La verdad de la lectura no está en qué se lee, sino en cómo y para qué se hace. Leer es un arte que puede aprenderse y mejorarse, mediante la práctica o siguiendo las indicaciones de quienes nos han precedido en la cultura de su ejercicio. Tiene sus técnicas, sus trucos y sus reglas. El presente ejercicio de selección está orientado a descubrir, en la voz de lectores y escritores autorizados, por su trayectoria creativa e intelectual, filósofos profesionales la mayoría de ellos, cuáles son las claves secretas de la lectura filosófica. Ahora bien, el horizonte de este tipo especial de lectura, por paradójico que parezca, no se agota en la mera lectura.

Mente en estado activo, paciencia y un diccionario, son herramientas indispensables. Pasión por la lengua ----medio por excelencia de expresión de las ideas---- flexibilidad y apertura hacia el otro, disposición de hacer girar el entendimiento por lo menos durante cinco minutos sobre un mismo tema o una misma cuestión, capacidad de asombro y voluntad para tomar distancia tantas veces como sea necesario, lo mismo respecto a las ideas del autor que leemos en determinado momento como de las propias, parecen ser elementos que tampoco pueden faltar en el equipaje vital del aprendiz de lector de textos filosóficos. Lo mismo podría decirse del dominio de algunas operaciones lógicas primordiales, como el análisis, la síntesis, la división, la clasificación y la comparación. Empero, la reflexión personal, inseparable de la escritura en quienes en ella nos iniciamos, y la puesta en común, mediante el diálogo, son parte inseparable de este modo específico de lectura.

Escribir ayuda a modelar el pensamiento. Ideas que no están del todo claras, al ser plasmadas, adquieren contorno y figura. La lectura filosófica es inseparable de la producción intelectual. No se lee Filosofía para aprender, sino como pretexto para pensar. Escribir induce a centrar la mente y a delimitar las fronteras entre las percepciones propias y las ajenas. La escritura es compañera inexcusable de la lectura crítica y conceptual, pues la lectura filosófica es siempre un diálogo, consigo mismo y con la tradición. La glosa, la nota y la introspección son la rosa de los vientos del lector de textos filosóficos, y el supuesto necesario previo a toda conversación y a todo discurso. El intercambio dialógico, a su vez, constituye una ocasión irrepetible de poner entre corchetes las propias impresiones de lectura y las conclusiones personales a partir de ellas elaboradas.

1 comentario:

Rosa Silverio dijo...

Me ha gustado mucho esta entrada. Me parece muy interesante, sobre todo la parte que dice que el lector suele acercarse a los textos filosóficos con excesivo respeto o con algunas ideas preconcebidas, como por ejemplo creer que será algo de difícil comprensión o hermético.

Tengo la impresión de que el lector dominicano no suele gustar mucho de los textos filosóficos y la verdad es que nos perdemos de mucho porque hay en la filosofía muchas ideas, mucho material para pensar y debatir.

Un saludo desde acá.