domingo, 10 de agosto de 2008

IV - El bloque generacional 1945 - 1963

En 1946 fallecía en Buenos Aires, en uno de los vagones de un tren pronto a partir, Pedro Henríquez Ureña, una de las cumbres del brazo filosófico de la escuela hostosiana en Santo Domingo. Este hecho es significativo, si hemos tomar como referencia los años en cada uno de los representantes generacionales elegidos publicaron sus obras primordiales; por otra parte, porque a diferencia de lo que ocurre con éstos, la obra de Henríquez Ureña sí expresa un movimiento de ruptura y continuidad al propio tiempo respecto a la reflexión filosófica surgida en la República Dominicana hasta entonces. El radio de acción de su inteligencia estuvo dado por el legado cultural iberoamericano y, muy especialmente, por la situación espiritual ambiente en su tierra natal. De este primer bloque generacional, sólo Juan Francisco Sánchez (1902-1973) y Armando Cordero (1909-1986) mostrarán un vivo interés por la historia de las ideas en la República Dominicana.

Sus aportes en este orden son innegables, pero las matrices básicas del pensamiento filosófico del primero tienden, más bien, hacia la teosofía que hacia la versión dominicana de la cultura intelectual mediterránea. En cuanto al segundo, no cabe hablar de presencia o ausencia de las determinaciones superestructurales dominicanas, en razón de que su móvil, antes que la configuración de un pensamiento propio, es la puesta en valor y el comentario de los monumentos filosóficos producidos en esta parte del mundo, desde la colonia hasta nuestros días. El primero, a este mérito, sumó la elaboración de un pensamiento propio y la discusión de las tesis fundamentales de filósofos de renombre internacional ya a mediados de los años cuarenta, como fue el caso de Jean Paul Sartre, algunas de cuyas obras leyó en su lengua original.

Los restantes representativos de este período comparten con Juan Francisco Sánchez el esfuerzo por acceder a un modo propio de encarar los temas filosóficos a que aplicaron su entendimiento, el comportamiento académico, el hecho de haber nacido —a excepción de Antonio Fernández Spencer, que vio la luz en 1922— en los albores del siglo XX, de ser nativos de la Capital de la República —menos Andrés Avelino—; pero se diferencian de él en que, a pesar de sus laudables esfue
rzos por encontrar su propia voz filosófica, todos acusan una ostensible presencia de alguna de las escuelas europeas de pensamiento. Juan Isidro Jimenes-Grullón (1903-1982), por ejemplo, sólo durante los dos primeros decenios de su producción intelectual dejará entrever en su obra el influjo del positivismo americano; a pesar de haber estudiado Medicina en la Francia de los años veinte, es relativamente poco el peso de las filosofías al uso allí durante esos años en su pensamiento posterior. Desde mediados de los años cuarenta, será la versión engelsiana del marxismo la que dominará sobre los restantes signos de su mentalidad filosófica.

Andrés Avelino (1899-1974), fue un pensador sistemático y original, como llevamos dicho, cuya obra, de rato en rato deja traslucir no poca presencia y afinidad, temática y de apreciación, con el kantismo y el platonismo. Antonio Fernández Spencer (1922-1994), discípulo directo de José Ortega y Gasset durante su estadía en España, y lector paciente de sus obras, fue un raciovitalista consciente y confeso hasta el último día de su vida. Aunque fue un lector voraz de Platón, de los presocráticos y, en menor medida, de Henri Bergson, como lo evidencian buena parte de su poética y de su ensayística, el pensamiento orteguiano es el referente último de sus ideas filosóficas, con exclusión de su crítica literaria pero sin dejar fuera su abundante producción de crítica de artes plásticas.

Juan Francisco Sánchez es, quizás, el caso más significativo desde el punto de vista del posible contacto entre los quehaceres filosóficos francés y dominicano durante este período. En 1947 publica un ensayo titulado "A propósito del existencialismo" en los Cuadernos Dominicanos de Cultura (Ciudad Trujillo, Septiembre de 1947), en el que identifica dos tendencias en dicha escuela, la atea y la teísta, de las que son representantes aventajados Sartre y Heidegger, respectivamente, (pp. 42-43), si bien, a su juicio, ambos parecen estar de acuerdo en lo fundamental, a saber: que la esencia del hombre es existir. Aunque reconoce a Sartre un cierto mérito como analista de la conciencia (p. 54), le reprocha su ateísmo por aquello de que "la existencia precede a la esencia" (p. 45), sin considerar siquiera si es o no posible una cierta con-causalidad, y, sobre todo, la negación del saber de tipo científico que, en la concepción de Sánchez sólo es posible mediante la "intuición eidética". En una conferencia dictada un año después y, que no publicaría sino diez años más tarde en la Revista de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Santo Domingo, "Sí y no a Sartre", retoma algunas de estas objeciones, y plantea otras, algunas de las cuales aún hoy, cuarenta y dos años después, conservan toda su fuerza y su vigencia, como las referentes al en-sí sartreano
y al concepto de libertad (Revista Dominicana de Filosofía, Ciudad Trujillo, enero-junio de 1958, pp. 29-30, 32).

El influjo de la filosofía francesa en el pensamiento nacional, en este caso concreto, tiene la forma de un motivo para la reflexión. Lectores hubo, y los hay entre nosotros, de la producción filosófica de lengua gala, y muy buenos, como en todas partes del mundo, pero no epigonales ni adocenados. Y es bueno que así sea, porque esa es la senda de la hermenéutica filosófica. Contactos, no la relación del eco con su agente, es lo que ha habido entre nuestros pensadores y la filosofía francesa. Que ellos conozcan o desconozcan lo que acá se ha hecho en esta área del saber humano, poco o nada dice acerca de los méritos o la calidad de nuestras búsquedas intelectuales. La ignorancia no confiere derechos, salvo los que se expresan mediante el silencio.

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