domingo, 10 de agosto de 2008

II - Caracterización general del quehacer filosófico dominicanoa 1945 - 2000

La utilidad de esta panorámica viene dada por la apertura de la posibilidad de superar los propios vicios y acentuar los aciertos de la reflexión filosófica dominicana de la última mitad del siglo XX. La más elemental y simple de sus notas es su existencia, la cual, obviamente, no hay que dar por supuesta. En filosofía todo ha de ser problematizado y discutido. Y yo, como soy filósofo, tengo una pregunta para cada respuesta, ha escrito con razón un aprendiz de filósofo. De hecho, la pregunta en torno a si hay o no filósofos dominicanos en el presente no deja de ser interesante. No faltan quienes apuestan negativamente, y hasta quienes creen que esta parte del planeta jamás ha producido un filósofo ni existen siquiera condiciones para que ello acontezca; pero es evidente que en ésto, como se verá más adelante, se han descaminado.

Filósofos ha habido y hay en apreciable cantidad en la República Dominicana de los tiempos que corren y, en menor medida, filosofías originales y rigurosas, como el categorialismo, enjudioso esfuerzo de propensión sistemática emprendido por Andrés Avelino. Filosofías no sólo son las que desembocan en sistemas. La sistematicidad no es precisamente uno de los componentes esenciales de este quehacer humano, como lo ponen de manifiesto, por ejemplo, las obras de los presocráticos, Schopenhauer, Nietzsche, Kafka y Camus, aunque los tratadistas pongan mayor acento e interés en los grandes sistemas y sus soluciones. Una cosa es la filosofía de los académicos y la de los historiadores de la filosofía y otra, la filosofía de los filósofos. La filosofía es mucho más que la historia de los sistemas filosóficos que en el mundo han sido. Con todo, en honor a la verdad, la filosofía sistemática, una entre otras maneras de filosofar, aún está por nacer en la República Dominicana.

La falta de comunicación entre los filósofos dominicanos con su tradición es otro de los vicios o fallas a superar por los que a este quehacer se dedican entre nosotros. La ausencia de diálogo de nuestros libre-pensadores de este período con el pasado filosófico dominicano hace imposible una relación dinámica de continuidad—discontinuidad que ponga en valor lo realizado hasta ahora y a los sucesores, en capacidad de superarlo. De ahí la ausencia de grandes tendencias histórico-filosóficas, escuelas y grupos filosóficos de considerables fortaleza y permanencia en la República Dominicana del presente. Cada quien se empeña en hacer su obra, en elaborar su filosofía, al margen del propio contexto y de la propia tradición. Se suele mirar hacia afuera y se procura, eso sí, estar al día en cuanto a lo que se produce en Europa, básicamente en Francia y España, y en Italia y Alemania, en menor medida, pero escasean los estudios y las relaciones respecto a lo que aquí y en América Latina producen nuestros coetáneos.

La ausencia de verdaderos departamentos de filosofía en las universidades dominicanas, a excepción de la UASD, el Seminario Santo Tomás de Aquino, y, en los últimos tiempos, el Instituto Bonó, es otra de las causales a tomar en cuenta. Pero aún estamos a tiempo, y algo se ha hecho. Es mucho lo que las universidades pueden aportar al conocimiento del pasado filosófico dominicano con sólo incluir dos o tres niveles de historia del pensamiento filosófico dominicano en los planes de estudios que tengan que ver con la forja de pensadores y escritores (Letras, Filosofía, Ciencias Políticas, Derecho, Sociología), y aun más con la fundación de institutos dominicanos de investigación filosófica —como en fecha reciente ha hecho la Universidad del Estado—, y con el establecimiento de premios y concursos orientados hacia el c
onocimiento de los testimonios filosóficos dominicanos del pretérito y del presente.

Entre nosotros, durante el período estudiado, tampoco abundan los tratadistas. La filosofía ha florecido, sobre todo, a la sombra de las revistas, los periódicos, la actividad política y el ministerio eclesiástico. Existe, además, una abundante producción filosófica subsistente en las obras narrativas, poéticas y ensayísticas de nuestros hombres de letras. Todo estudio futuro del quehacer filosófico contemporáneo debe tener en cuenta estas fuentes alternativas, y no concretarse a las publicaciones —libros, revistas— de tipo filosófico en sentido estricto, como ha ocurrido con este intento de mirada panorámica. En efecto, cada uno de los tres grandes bloques en que subdivide el presente período tiene sus poetas, quienes, a su vez, también entregarán a la estampa sendas obras de filosofía strictu sensu. Poetas y filósofos al propio tiempo son, en el primer bloque, Andrés Avelino y Antonio Fernández Spencer; León David, Andrés L. Mateo y José Ulises Rutinel Domínguez, en el segundo; y Víctor Bidó, José Mármol y Basilio Belliard, en el último. Pero sólo el primero produjo su propio historiador y antólogo, cuyos dominios se extenderían a todo el devenir filosófico dominicano.

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