domingo, 10 de agosto de 2008

I - Planteamiento de la cuestión

Las palabras suelen estar cargadas de historia y de valores. El entramado gramatical que nos sirve de medio de expresión no es en modo alguno inocente. Con el idioma heredamos una gama de percepciones que, paso a paso, van configurando la particular manera en que cada individuo ha de relacionarse con el mundo y comprender los asuntos a los cuales aplica su entendimiento. Buena parte de la tarea de un aprendiz de pensador, del orden científico o del orden humanístico, consiste en encontrar su propia voz, sin renunciar, empero, al código común; esto es, a la lengua en la que se han forjado su carácter y su mentalidad.

M
uchos se ven urgidos a formular nuevos términos y expresiones para aprehender o comunicar las ideas que en su espíritu han germinado (Hegel, Duarte, Heidegger, Avelino); otros hurgan sin sosiego en el sentido virginal de las viejas palabras hasta someterlas a la horma de su propio sistema de pensamiento o le asignan nuevos contenidos (Descartes, Kant, Ortega, Sartre). Los que no han tenido la gracia de estar tan bien dotados se contentan con abstraer algunas de las acepciones posibles del legado idiomático puesto a su disposición por la familia cultural de la que participa a los fines de evitar, así sea mínimamente, la trampa del campo común a que inexorablemente conduce la tendencia a seguir, como el torrente, el camino ya hecho; es decir, la aplicación de la ley del mínimo esfuerzo a los quehaceres propios de la sensibilidad y de la inteligencia. El tercero de estos caminos es que a continuación se sigue.

El propósito de esta meditación es identificar algunos signos efectivos en el pensamiento nacional dominicano, de alguna forma emparentados con cierta filosofía europea. Ahora bien, semejante programa parte de algunos supuestos, por ejemplo: que existe algo así como «la filosofía francesa contemporánea», o de cualquier otro espacio-tiempo histórico; que es posible acceder a la comprensión de los «pensamientos nacionales», e incluso, que hay en la República Dominicana del presente un «pensamiento nacional»; que la filosofía puede contribuir a la configuración de uno que otro «pensamiento nacional»; que la filosofía francesa contemporánea ha tenido alguna influencia en el pensamiento nacional dominicano del presente. Pero, pasando de lo hipotético a lo problemático, ¿existe algo así como la filosofía? Y ésta, si existe, ¿puede ser francesa o contemporánea? ¿Hay progreso en filosofía? ¿Qué es un pensamiento nacional? ¿Hay en la República Dominicana de nuestros días un pensamiento nacional? Si existe, ¿admite influencias? ¿Existen pensamientos no-nacionales? ¿Hasta qué punto el rastreo de influencias está mediado y, especialmente, limitado por la mucha o poca erudición, la versatilidad y la sensibilidad de quien lo lleva a cabo?

La filosofía en realidad no reconoce fronteras ni épocas. Sólo son parte de su acervo aquellas manifestaciones que, precisamente, por su nivel de elaboración y sistematicidad trascienden lo local y las limitaciones del momento en que se generan. Platón, Aristóteles o Par
ménides siguen siendo hoy por hoy fuente de inspiración y de sabiduría para los amantes de esta manera de conocer la realidad. No son menos actuales que Gardner, Savater o Derrida. La filosofía sólo comienza a ser cuando alza su vuelo sobre lo particular y limitado. Y no es que los filósofos sean entidades a-históricas. Pero no todo lo que hace, dice o escribe un filósofo es necesariamente de carácter filosófico. Nadie es filósofo de tiempo entero. La filosofía, además, no es unitaria. El acuerdo no es, precisamente, una de sus notas características. Más que de filosofía, cabe hablar de filosofías, de quehaceres, uno de cuyos elementos comunes es la diferencia, la multiplicidad de enfoques, la diversidad de perspectivas.

¿Qué queda en pie? Su estructura lógica, el conjunto de exigencias a observar para que determinadas reflexiones puedan ser estimadas, con propiedad, como filosóficas. Los principales requerimientos para filosofar, a mi ver, son los siguientes: no aceptar, rechazar, negar ni afirmar algo sin antes someterlo a pacientes reflexión (análisis, síntesis, criticidad), enfocar los asuntos a considerar desde todos los flancos posibles, referirlos siempre a la totalidad de lo existente, y poner el mayor empeño en no incurrir en alguna de las trampas a que está sometido todo intento de observación, indagación, pensamiento y argumentación (ídolos, paralogismos, falacias).

Por otra parte, a lo que, por lo general, se da el nombre de filosofía es a la producción intelectual que surge al amparo de una serie de disciplinas o áreas del saber de tipo filosófico, como la Gnoseología o Teoría del Conocimiento, la Epistemología, la Historia de la Filosofía, la Lógica, la Etica, la Metafilosofía, al Cosmología, entre otras, muchas de las cuales no faltan quienes dan en tenerlas por ciencias, es decir, saberes de tipo intersubjetivo, experimental e incluso unívoco, como suele acontecer con la Lógica, la reflexión histórica y la Psicología, por ejemplo. Tan amplio es el espectro de las subdivisiones formales de la filosofía que sería prolijo mencionarlas aquí. Además, para los fines de la presente meditación lo que importa es dejar sugerido que para ser filósofo no hay que empeñarse en hacer aportes en todos los costados del amplio espectro del quehacer filosófico, pretensión por demás imposible y sólo reservada a los entendimientos de excepción, como Platón, Hegel, Kant, Aristóteles u Ortega; bastaría con que el aspirante a filósofo logre posicionarse, por su originalidad y su rigurosidad, a la sombra de algunos de estos momentos, con tal de que proceda conforme los principios inherentes a la forma filosófica de conocer el mundo. Este aporte puede ir desde el descubrimiento de un nuevo problema relegado en determinada tradición, hasta la crítica o formulación de un nuevo argumento, la refutación de alguna posición, la estructuración de una o más categorías, la presentación de nuevas razones a favor de viejas proposiciones, la elaboración de un nuevo sistema de pensamiento, la puesta en escena y jerarquización de la cartilla de problemas filosóficos a la espera de solución en nuestra época, o el ensayo de alguna propuesta radicalmente novedosa.

La filosofía, como la ciencia y la religión, no se reporta ante ninguna instancia de tipo político-geográfica. Su norte es, más bien, la racionalidad, la verdad, o la intersubjetividad. No existe, pues, hablando con propiedad, una filosofía francesa, aunque sí un quehacer filosófico contemporáneo. Pero es obvio que hay un conjunto de filósofos contemporáneos que, dentro y fuera de Francia, han producido una apreciable cantidad de obras y propuestas de carácter filosófico, algunos de los cuales no son propiamente franceses —como Emmanuel Levinás, E.M. Ciorán y Albert Camus—, pero que se han formado conforme a las determinaciones básicas de la cultura francesa, es decir, del conjunto de hábitos mentales, conscientes o inconscientes, que han ido elaborando y asumiendo los galos en su enfrentamiento milenario con la naturaleza y que, de alguna manera, se han ido como acumulando en su lengua, la lengua francesa, que es, a la vez, la principal subsidiaria de su identidad; o lo que es lo mismo, de su mentalidad, su modo de ser, de actuar, y de sus aspiraciones más elementales. La filosofía corresponde a un orden distinto al de la llana cotidianidad, pero la impronta de la propia mentalidad puede dejarse sentir, como precipitado inconsciente o como motivo para la reflexión, en la obra de cualquier libre-pensador. Los valores epocales, e incluso nacionales, pueden ser, en este sentido, componentes u objetos del quehacer filosófico. La filosofía producida en o desde determinada lengua puede o debe tener una serie de elementos comunes, pero, ¿no son éstos, por esencia y existencia, incomunicables? Desde e
ste punto de vista, podría admitirse que existe una filosofía francesa, la que ha sido producida en la lengua correspondiente y que, obviamente, no siempre compartirá temas, problemas ni soluciones, sino, única y exclusivamente, su estructura lógica, la forma —general, reflexiva y conceptual— que le es inherente, y que, por ende, puede coincidir o colindar con cualquier otra hecha en cualquier otra lengua, como el español, y en cualquier otro lugar del planeta, que bien podría ser una parte de la isla de Santo Domingo, de América o España, sin que por ello tengan éstas que ser supeditadas a aquella, o la segunda a la primera, por ejemplo. El idioma como depositario de las determinaciones fundamentales de la mentalidad, más que el lugar en que se produce una filosofía, es lo que importa en el caso que nos ocupa.

¿Qué es lo contemporáneo? ¿Cuándo comienza la contemporaneidad, la denominada Edad Contemporánea? ¿En qué medida importan las épocas y edades históricas al quehacer filosófico? Los cambios históricos, ¿producen, en todo caso, cambios de mentalidad en pueblos, naciones y continentes? Los cambios políticos y de mentalidad de consideración, ¿conllevan, necesariamente, cambios estructurales en el quehacer filosófico? ¿Hay progreso en filosofía? Si existe, ¿cuál es su esencia, cuál su naturaleza? En filosofía, la verdad es que todos co-existimos, todos somos coetáneos y contemporáneos. Todos vivimos a la misma altura de los tiempos. Lo que hay de filosófico en Heráclito, Platón y Schopenhauer es tan actual hoy como lo fue ayer. Basta con que se los llame a diálogo. La lectura filosófica no se hace para aprender, sino como estímulo para el trabajo intelectual, como un motivo para forjarse un punto de vista personal en torno a los asuntos tratados. Los fastos del espíritu siguen una lógica distinta a los de la historia, que es, digamos, como la política de tiempos distantes o cercanos, con tal de que sea relevante. Así, por ejemplo, la muerte de Trujillo inicia entre nosotros la contemporaneidad política, más no la filosófica, que ya se había iniciado hacia mediados de los años cuarenta.

Las revoluciones sociales no necesariamente desembocan en cambios en la mentalidad ambiente ni en el modo de hacer la filosofía. La filosofía en realidad ha cambiado poco desde Sócrates, Platón y Aristóteles hasta el presente. Igual que la aritmética y la geometría, el modo en que ha de construírsela teóricamente quedó establecido desde la antigüedad clásica. Desde entonces, ha crecido en alternativas, contenidos y disciplinas, pero su metódica no ha ido más allá de la Apología de Sócrates, el Libro VI, de La República, el Teeteto y el Organon Aristotélico. La filosofía francesa contemporánea, Kant, Hegel, e incluso, Nietzsche, Ortega y Heidegger no sólo son inentendibles al margen de la tradición allí iniciada, sino que son sus genuinos continuadores. Al modo que aquí se la ha entendido, es filosofía precisamente porque se ha ocupado de unos asuntos determinados y de una forma que la hace parte de esa manera de conocer la realidad. En este orden, la filosofía francesa contemporánea es tan antigua como la helenística, la cartesiana o la atomística, o no-es. Los cambios en la mentalidad, por contra, sí suelen hacer que sobrevengan rupturas de consideración en el ámbito de lo político, como ocurrió en Francia a finales del siglo XVIII; pero no siempre es así. Mas esa tampoco es la materia de la presente cogitación.

Para que una filosofía sea francesa o dominicana tiene, primero, que ser, ésto es, ser una filosofía. Si he de ocuparme de la filosofía francesa contemporánea, reconocida la arbitrariedad de hablar de lo contemporáneo en esta área de la sabiduría humana como no fuese para referirlo a determinadas perspectivas, enfoques o contenidos, que en ésto sí ha habido cambios en filosofía —aunque no sé si progresos—. La filosofía moderna se inicia, he oído decir a mu
chos autores, con René Descartes, pero yo ¿qué sé de éso? ¿cómo podría yo determinar si es o no así?, porque del hecho de que haya ejercido una gran influencia en la racionalidad occidental, no se sigue necesariamente lo primero. Además, parejos a Pascal, Kant, Montaigne, Hegel, Leibnitz hay muchísimos otros filósofos que no despertaron tanto interés público. No hay una, sino múltiples corrientes filosóficas en todo tiempo. Igual de difícil se me haría determinar si el existencialismo, el estructuralismo o el personalismo son corrientes filosóficas francesas contemporáneas, porque se forjaron en la lengua francesa de esta época histórica, o porque llegaron a ella a esta altura del tiempo, o porque expresan apuestas de la cultura francesa. Así, pues, que no me queda más que un puñado de filósofos contemporáneos de lengua francesa, pero sigo sin saber qué es lo contemporáneo en la filosofía producida en lengua francesa, a partir de qué momento del espíritu se instala la contemporaneidad en este doblón de la cultura filosófica. Ante la ausencia de mejor opción resolveré la problemática recurriendo a una convención a-filosófica, del orden de lo histórico-político: la Segunda Guerra Mundial. En lo adelante, y para los fines del presente ensayo, entenderé por filosofía francesa contemporánea al conjunto de manifestaciones filosóficas escritas y publicadas en lengua francesa desde 1945 hasta nuestros días, o que alcanza sus mayores influencia, perfección y difusión a partir de entonces.

Si este ensayo ha de ocuparse de algún pensamiento nacional, ha de ser del pensamiento dominicano de tipo filosófico, con la salvedad de que el pensamiento filosófico carece de género, en el sentido de que las ideas filosóficas lo mismo cabalgan a lomos de grandes tratados, que de ensayos, poemas, artículos periodísticos, obras de teatro, cuentos, novelas o aforismos. La noción de «pensamiento nacional» es demasiado amplia, como se verá más adelante, para ser objeto de propósito tan modesto como el presente. Para lo que al quehacer filosófico dominicano, contemporáneo también, respecta valen las mismas reservas que para lo relativo a la «filosofía francesa contemporánea»: ubi eaden ratio, idem jus, ante situaciones cuyos componentes relevantes son idénticos, aplican en esencia las mismas razones. De todos modos, acaso no resulte del todo estéril plantearse, así sea con miras a una tentativa futura, algunas interrogantes como, pongamos por caso, si existe algo así como un «pensamiento nacional»; si hay en la República Dominicana del presente un «pensamiento nacional»; si existe, si admite o no influencias; o si es posible que co-existan dos o más «pensamientos nacionales»; y si en este punto la noción de influencia comporta o no un juicio de valor, etc.

El rastreo de influencias de una cierta filosofía en otra está mediado, en primer lugar, por el dominio que de ambas tenga quien emprenda tan singular tarea, en torno a la cual habría que preguntarse, entre otras cosas, si es capaz de producir algún fruto que valga, que sirva de algo a la actividad de filosofar o que esté llamado a permanecer más allá del momento en que lo realice. A la erudición hay que agregarle la destreza y el conjunto de valores que, por afinidad o contraste con
la propia mentalidad han de jalonar de manera especial la atención del investigador. En segundo lugar, la mera comprobación de la existencia de valores, ideas o recursos intelectuales semejantes en épocas y lugares distintos no es indicio fehaciente de la existencia de influjo alguno entre una y otra cultura o escuela; bien puede deberse a la recurrencia con sentido creativo a los mismos puntales de una misma tradición intelectual; o bien a coincidencias accesorias (giros, ejemplos) o axiales, pues nada impide que dos o más personas, cada una por su lado, como ha acontecido en múltiples ocasiones en el plano de la investigación técnico-científico, lleguen a idénticas conclusiones; además, por distintos caminos bien se puede llegar a idénticas convicciones. La mera precedencia no constituye razón suficiente de influjo.

La búsqueda de influencias y de antecedentes, en tercer lugar, descansa en la presunción de una racionalidad absorbente y totalitaria que a través de los siglos se desplaza, penetrándolo todo a su paso, como el eidos platónico, la philosophia perennis o la Idea hegeliana. Su apremio es el género; pero, ¿por qué insistir en la identidad y no en la diferencia, en el carácter único e irrepetible de toda actividad humana —como, salvando las distancias, proponen los raciovitalistas, los estructuralistas y los existencialistas—? Así enfocado el asunto, la perspectiva de aprehender la pujanza y los aportes de determinada manifestación filosófica, puede conducir a mejores resultados en términos de hallazgos y equidistancia. De otro modo, el prejuicio es claro: el quehacer filosófico dominicano contemporáneo no es original, el francés sí, o al menos, es fuente permanente de inspiración, ¿y por qué no pensar en la posibilidad contraria? Así somos, la verdad, así estamos acostumbrados a pensar nuestra relación de intercambio cultural con el exterior. Taras de pueblo joven, sometido por demás al influjo sutil del torpedeo político y publicitario extranjero y de constantes oleadas de inmigrantes (haitianos, cubanos, orientales, etc.) no siempre organizadas, ordenadas ni provechosas a la nación. Porteños por esencia y esencia, miramos hacia el exterior sin reparar jamás en las propias potencialidades en aras de actualizarlas, ponerlas en andamiento y desarrollarlas. Esperamos del exterior los medios para subsanar nuestros deterioros, mientras descuidamos con inexplicable irresponsabilidad y falta de juicio nuestros retos, horizonte y circunstancias. Empero, quizás no carezca por completo de mérito la realización de este escarceo espiritual; bien podría llamar la atención de los dominicanos del presente en torno a los vínculos existentes entre los pilares de su identidad con la cultura clásica mediterránea (religiosidad, lengua, ordenamiento jurí
dico), como un modo de hacerles volver la mirada hacia sus esencias nacionales, bien diferentes por cierto a la afro-antillana (Cuba, Haití) y a la angloamericana (United States of America). En atención a estas cautelas, mi punto de partida será el quehacer filosófico dominicano y su homónimo francés sólo será llamado a escena en la medida en que constituya referencia para la crítica, la continuidad o la divulgación en nuestro espacio-tiempo histórico. La filosofía francesa, no estaría lógicamente situada en un lugar de privilegio, como sugiere el título, que la convierte en un factor principal para la comprensión de la actividad filosófica contemporánea en la República Dominicana. Con todo, este ensayo no pasará de ser un esfuerzo de carácter enunciativo, no limitativo, en uno y otro caso, y no traspasará los lindes de lo hipotético.

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