lunes, 19 de enero de 2009

Elogio de la Huida

Los seres humanos, consciente o inconscientemente, vamos por la vida huyendo de algo o de alguien. Quién sabe si también los dioses, las plantas y las piedras. Huye el hombre de la pena, las sombras de la luz, y las plantas de la oscuridad, en pos de la luz del sol.

Aristóteles, a la muerte de Alejandro Magno, también dio en huir, “para evitar que los atenienses pecaran por segunda vez contra la Filosofía”. Y Pompeyo, ante el avance de las tropas cesarianas tras cruzar el Rubicón. Y María de Médicis ante el genio, a la vez maligno y superior, del cardenal Richelieu.

Y Duarte frente al empuje sordo de la incomprensión y del desbordamiento de los intereses de fracción. Y dicen que hasta el mismo Jesús se internó en el desierto a aguardar el cumplimiento de las profecías.

Hombres hubo, también que jamás retrocedieron: Sócrates frente al teatro de Anito, Melito y Licón; Julio César al contacto con las hojas de acero de Bruto y de Casca; Cristóbal Colón ante la incredulidad y la falta de fe de propios y extraños.

Empero, de continuo, fue la huida más fructífera que la temeridad disfrazada de valentía que arrojó hacia el espejo tridente de la muerte a no pocos hombres de genio. Y sobre todas las huidas posibles, la carrera loca que impulsa a los humanos a burlar el tiempo y escapar del golpe seco de guadaña que a todos nos espera.

En efecto, la vida humana es una marcha forzada en sentido inverso al sepulcro. El sentimiento de permanencia es connatural a nuestra condición. Toda existencia es siempre un intento permanente de escapada.

1 comentario:

RIOL dijo...

Que cansado es esta vida... siempre huyendo, me gustan tus últimas frases, poco a poco intentaré leer tu blog, promete... por el simple hecho de huir, de vivir cada día mejor