domingo, 10 de agosto de 2008

VI - El bloque generacional 1980-2000

A diferencia del grupo anterior, éste se caracteriza por ser, en términos de formación, en sentido general, un producto genuinamente dominicano. Sólo dos de sus miembros, Manuel Núñez y Rafael Báez Bisonó, se doctoraron fuera; el primero en Francia, el segundo en la Unión Soviética. Los restantes se han formado en las universidades nacionales. Buena parte ellos sólo tiene grado de licenciado, pero la mayoría ha realizado estudios de maestría, en el país, a excepción de David Alvarez; uno que otro es autodidacto o, como Víctor Bidó, aún no completan el plan de estudios del grado mínimo en el área. Empero, una constante los une: la preocupación por la situación actual y las perspectivas de la República Dominicana, su país de origen. Este signo alcanza su punto más alto con el libro El ocaso de la nación dominicana, de Manuel Núñez, en el que, antes que influjo alguno de la filosofía francesa contemporánea, se advierte una relación de continuidad-discontinuidad entre el modo de pensar Ortega, Renán, Américo Lugo y Kant, y el joven autor dominicano. La apertura total es uno de los elementos característicos de este sub-grupo, aún en constante proceso de configuración.

En Rafael Morla se expresa con fuerza esta tendencia. Su quehacer parece influido tanto por Ortega como por Marx, pero el centro de su ensayística es la conformación de una cierta concepción de lo dominicano con sentido de la totalidad que, a propósito de determinadas circunstancias, pueda devenir elemento auxiliar de la acción social (Touraine). Los problemas éticos y la filosofía política parecen ser los ejes temáticos en torno a los cuales poco a poco se va enhebrando su obra. Esto último es igualmente válido para otros prominentes miembros de la Escuela de Filosofía de la UASD, como es el caso de Tomás Novas —acaso el más profundo y sistemático de todos—, Julio Minaya, Frank Acosta, Rafael Báez Bisonó y el benjamín de la Escuela: Francisco Pérez, verdadera promesa intelectual que a las líneas anteriores une una prosa rigurosa, preocupaciones de factura metafilosófica, orientalista y teosófica. En Núñez y Morla, de algún modo, Ortega ha dejado su impronta, aquí y allá, pero los miembros de esta promoción que mejor conocen la obra del gran raciovitalista, y los que más influidos por él se muestran son Víctor Bidó y Basilio Belliard.

Los dos jóvenes pensadores que más cerca de la filosofía contemporánea de lengua francesa alcanzo a ver son José Mármol y David Alvarez, más el primero que el segundo. El pensar del segundo parece fluctuar entre Heidegger, Platón y Levinás, en cuyo pensamiento en algún momento ha visto a "uno de los más ricos y vigorosos de la filosofía contemporánea", sobre todo en lo que tiene que ver con sus concepción del Otro, su teoría de la alteridad (Estudios Sociales, Santo Domingo, enero-marzo de 1988, No. 71, pp. 15 ss.). Él mismo ha agregado a los dos últimos los nombres de Marx, Duarte y Bosch en un ensayo breve y luminoso en el que, entre otras cosas, se propone dar cuenta de las fuentes de su labor intelectual más reciente (El Siglo, viernes 11 de junio de 1999; p. 10), difundida básicamente a través de su columna semanal, desde la cual semana tras semana arroja luz sobre los más variados tópicos filosóficos, políticos y religiosos con rigurosidad, frescura e independencia.

Las determinaciones básicas del pensamiento de Mármol parecen tomar sus alientos fundamentales de unos pocos filósofos y teóricos del lenguaje de origen francés, cuales son los casos de Roland Barthes, Emile Benveniste y Michael Foucault, sin desmedro de las emersiones, más bien fugaces, de Heidegger, Ortega y Platón, cuando ejerce la crítica literaria, sitúa la obra de algún filósofo dominicano o reflexiona sobre el tema de las generaciones (Cfr. Etica del poeta (escritos sobre literatura y arte), Santo Domingo, 1997; pp. 65-128).

José Mármol y David Alvarez expresan, mediante su formación y a través su quehacer intelectual, una tendencia bastante acusada entre los humanistas dominicanos: a pesar de la cercanía que liga al país con otras naciones —política y económicamente poderosas, lo mismo que la francesa—, a pesar de las inversiones notorias que en la promoción de sus valores y su cultura entre nosotros realizan, e incluso de su inmiscusión manifiesta en las actividades políticas y económicas de la República, la intelectualidad dominicana y las capas de la población con ella relacionada, rara vez ven a esta poderosa nación como un venero de alta cultura (Música, Filosofía, Literatura, Teoría Política, Sociología, Derecho e Historiografía). Cuando del cultivo de los bienes del espíritu se trata, nuestros connacionales dan en pensar en la Europa Mediterránea, sobre todo en Francia, España e Italia, y, en menor medida, en la Europa del Norte, básicamente en Alemania. De ahí que, de una u otra manera, buena parte de nuestros grandes hombres públicos y maestros grandes literatos y pensadores, así del presente como del pasado, registren por lo general alguna relación académica o de afinidad con el país que mejor sintetiza en la actualidad a la cultura greco-latina del período clásico: la República Francesa.

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