domingo, 31 de agosto de 2008

Parte II

Idénticas consideraciones podrían hacerse sobre La Biblia, o , por lo menos, acerca de sus zonas más filosóficas. Por ejemplo: el Génesis, donde se exponen las ideas sobre los orígenes del hombre y del universo; el Apocalipsis, donde es sintetizada la filosofía del futuro (utopía) de los cristianos; los evangelios, donde se aborda la cuestión de la historicidad de Cristo; el Eclesiastés y sus manifiesto antifeminista; los Hechos y las ideas comunitaristas de los primeros seguidores de Jesucristo; el libro de Job, el sentimiento de la angustia que aguarda en sus páginas y su visión del mundo como un constante regreso al punto de partida (eterno retorno).

No se trata de que el Departamento de Filosofía forme curas, monjas o teólogos, sino de que quien estudie filosofía en la Universidad Autónoma de Santo Domingo tenga una visión integral de las tendencias fundamentales de la cultura occidental, así como de los rudimentos espirituales esenciales del pensamiento oriental.

¿Es posible aprehender en toda su riqueza la Summa…de Tomas de Aquino, las Confesiones de Agustín de Hipona, la filosofía hegeliana, el existencialismo kierkegaardiano, el neotomismo de Jacques Maritain o el esencialismo francés de nuestros días en sus justas dimensiones, si se desconocen las fuentes primigenias de sus respectivas tesis?. De incluirse en nuestro plan de estudios así sea un nivel de teología, podría profundizarse en las semejanzas y diferencias existentes entre las formas filosófica y religiosa de abordar la realidad, discutir acerca de si la teología e so no una disciplina filosófica, plantearse la cuestión tan actual e importante para los latinoamericanos de nuestros días de si existe algún punto de contacto entre la filosofía social marxista y el cristianismo (teología de la liberación) a propósito del problema del cambio de las circunstancias en la América Latina; se introducirían algunos elementos de religión comparada (El Coran, El Bhagavad Gita, El Libro de los Muertos, Los Vedas, El Mahabarata, El Ramayana, La Biblia) y se trabajaría en pos de a explicación racional de los orígenes sociales de la religión.

A los latinoamericanos y, fundamentalmente a los dominicanos de los tiempos que corren, ha de llamarnos la atención, de manera especial, el problema de la explicación filosófica de la cuestión religiosa, dado el ostensible peso de esta forma de conciencia en la mayoría de nuestra población, forma de conciencia que siempre o casi siempre se manifiesta bajo ropajes racionales o como ideas-actitudes. ¿Por qué renegar a la consideración filosófica del movimiento de Palma Sola, labor que ya ha iniciado la profesora Lusitania Martínez? ¿Por qué cerrarles las puertas a la consideración teórica a las concepciones que sobre el hombre y su entorno tenían los taínos, Las Casas, Montesinos, Fernando Arturo Meriño, los mormones, los miembros de la Asociación Internacional para la Conciencia de Krisna, los Rosacruces, los practicantes de Vudú, los Yoghis, los Gnósticos, la ideología Maharishi, la ortodoxia católica, los testigos de Jehová y demás manifestaciones espirituales neo luteranas (Adventistas, Templo Bíblico, Iglesia Bautista y Misionera, Iglesia Evangélica Dominicana)? ¿Es que acaso no son discursos con múltiples supuestos filosóficos y políticos? ¿No constituyen estas manifestaciones culturales formas remozadas del realismo escolástico?


Lo ideal, para mí, sería poder sugerir aquí la necesidad de que en el pensum se incluyera una Mención en Teología y Filosofía de la Religión y no menos de tres niveles de Latín, Inglés, Francés y Alemán, respectivamente, sin hacer el papel de bufón o hazmerreír de quienes ignoran que como, con razón planteó Heinrich Heine, “no por reírse el cojo de sus muletas, deja de andar con ellas” y que hay en el pensamiento filosófico matices que se pierden en el más fiel de las traducciones; que entre una buena copia y el original siempre es preferible este último, que es más saludable y refrescante tomar del agua cristalina y pura que a borbotones brota de los manantiales, que de la que a golpes de esfuerzo y artificios provee la civilización.
“¡Detallismo!” – gritará un neoesencialista – Mas tratándose del quehacer filosófico, la miopía del entendimiento de quienes ignoran que las grandes cosas son imposibles o inconcebibles sin la exigencia de las pequeñas, se convierte en ceguera, pues la diligencia y la minuciosidad son dos de sus piedras angulares. Cada idioma y aun cada palabra, que alcanzamos a dominar, ensanchan y llenan de nueva luz el horizonte de nuestra inteligencia y de nuestra sensibilidad.

En la historia de la humanidad ha habido periodos completos en que guerras y amores se han generado o evitado por la sola existencia de determinados matices. En 1978 las nociones de “paz” e “institucionalidad” se constituyeron en los motivos ocultos de no pocos enfrentamientos. Hay momentos en que las luchas sociales se disfrazan con as vestimentas propias de las luchas espirituales.

Hay que adiestrar al filósofo para que estas luchas, pues el espíritu siempre precede a la acción. El raciocinio es la forma por excelencia en que se nos presenta la necesidad de convivencia. La guerra es la forma última que asume la tolerancia.

Una manera de responder a la necesidad que tiene el filósofo de nuestro espacio-tiempo histórico de insertarse con provecho en el análisis de los múltiples discursos que hoy se disputan la hegemonía espiritual del presente y el poder político del porvenir, es aportarle las herramientas teóricas e interpretativas básicas para la comprensión de los fenómenos lingüísticos, mediante la introducción de uno o dos niveles de filosofía del lenguaje; o, en su defecto, de uno de Semiótica y otro
de Introducción a la Lingüística.

Los problemas filosóficos de Occidente siempre o casi siempre han sido los mismos, tratadistas hay que remontan a la Poética de Aristóteles, no pocos de los problemas que en la actualidad debaten los lingüistas; a De ánima, De la Interpretación y los Primeros y Segundos Analíticos los fundamentos de la lógica formal; a Sócrates, la idea de angustia con que opera el existencialismo contemporáneo; a Brijaspati el ateísmo de Marx, y a Platón y Faleas de Calcedonia los fundamentos del ideario socialista, nadie se arrepintió jamás de volver la mirada hacia la cultura helénica en sus fuentes originales, lo cual supone el aprendizaje del idioma griego hablado durante la antigüedad clásica. Sin Grecia, Roma, su pomposo imperio y toda la tradición racionalista conocida no hubieran sido posibles. Todo sería diferente.

Los griegos son mucho más ricos de lo que nuestro ambiente espiritual acostumbra a creer. Pasado y presente no son, en filosofía, más que dos caras de una misma moneda. De ahí la necesidad que tenemos, neófitos y especialistas, de ir al pasado sin prejuicios, peri son perder el contacto con la filosofía del presente.

Sin conocer los alcances y los límites de la tradición filosófica de Occidente, nunca tendremos conciencia de las cuestiones no resueltas por los pensadores que nos precedieron. Sin conocimientos de las tares, ni América, como totalidad, ni ninguno de los países que la integran, se colocarán a la altura de la gran filosofía del siglo XX. El espíritu del mundo tiene en cada época una cartilla de problemas pendientes, y premia con la consagración al pensador que hace conciencia de la existencia de aquellos y se asoma al pórtico de su resolución.

Una de las tareas cardinales de la filosofía occidental es la construcción o reconstrucción conceptual de la totalidad ontológica que la ciencia fragmenta, al procurar conocerla de manera
particular. Filosofar es buscar la aprehensión crítica y coherente de lo general. Sin conciencia integral de la realidad no hay quehacer digno posible para el filósofo. La ciencia procede de la parte al todo; la filosofía, del todo a la parte. De ahí la justificación de la existencia, en un mundo cada vez menos humanos y más parcial, de ése ser enigmático y sereno, inactual y soñador que es el filósofo.

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