viernes, 14 de agosto de 2009



Entre estas ramas verdes
y este viejo girasol
he vuelto a recordarte,
sobrio artista del miedo y la vergüenza.
“Hay lágrimas que bañan el alma”,
me dijiste aquella tarde junto a un estanque
espacioso y verde como la nada.
Mi empeño por comprender
tu huella blanca y vertical,
la curvatura del cielo
y la tristeza del camino
se ha estrellado una y otra vez contra el vacío.

Esta casa grande y vieja
se me antoja cada vez más distante y tranquila.
Anudados por palabras
en ella viven tu sombra y mi fantasma.
El espíritu de las aguas flota en el ambiente
y hace vibrar sus vigas polvorientas y cansadas.

Tú habitas en cada rendija
de esta pena
y llenas cada resquicio
de esta mañana de ausencia.

3 comentarios:

Clara Silvestre dijo...

Navegando por estos mares, siento gran placer encontrarme con esta gran isla, que son tus versos.

Juan Freddy Armando dijo...

Es triste y alegre saber que el dolor más fuerte puede engendrar belleza. Pero la bellaza no la engendró en realidad el dolor sino que habita en las almas elevadas como la tuya, querido amigo Alejandro Arvelo, y sale a flote cuando más de desespera la amargura, cumpliendo el viejo aserto de que todo extremo tiende la contrario. Tu enorme dolor engendra la dicha de unas letras que nos pueden causar lágrimas de doble causa: compartir tu dolor y compartir la bella sensibilidad de tu poema.

filosofia, silencios y argumentación jurídica dijo...

Cuarenta años se han cumplido, hará unos catorce minutos, desde aquel día sin nombre en que mi padre se internó para siempre en el vientre tridente y sin retorno de la muerte. Una parte de mí también murió aquella tarde noche de ese febrero triste. Desde entonces, miro a medias el disco dichoso del sol en la mañana, y a medias camino, roto por dentro, como un cervatillo con una pata quebrada. Pero, aquí sigo, de pie sobre la llanura inmensa y la comba infinita del cielo, gracias a tanta gente buena y querida y admirada, como tú, gentil hermano Juan Freddy.