lunes, 25 de agosto de 2008

Invitación a Filosofar (Parte II)

Dedicarse a los quehaceres propios del pensamiento filosófico implica, ipso facto, decidirse a no despreciar nunca una opinión tomando como base parámetros ajenos a su lógica interna. El filósofo nunca rehúye a su responsabilidad. Y, ante todo, nunca se deja engañar por la falsa sabiduría de quienes sólo conocen una escuela, un filósofo o un librito.

La ignorancia deja en el alma un vacío que el aprendiz de filósofo tiende a convertir en razones y paradigmas dignos a su juicio, de imitación y reverencia. Filosofía es, en cierto modo, desconfiar de quienes escogen un camino antes de haber andado otros y nos invitan a hacer lo mismo.

Una decisión es auténtica cuando se levanta con gallardía sobre las alternativas que pudieron ser y no fueron. ¿Cómo estar seguros de que en cada caso se escoge la mejor opción cuando sólo se tiene una posibilidad?.


Razón es que quién sólo conoce una escuela, un filósofo o un libro, “entienda” que allí culmina y concluye toda búsqueda; pues carece del don de la elección, cualidad que sólo adviene a las cabezas de quienes sólo van por la vida sin prisa y sin descanso, y sin titubear en ir a las verdaderas fuentes del saber.

La modestia y el buen sentido aconsejan ir al pasado sin prejuicios, pero sin perder el contacto con la filosofía del presente. La humildad y la madurez de juicio nos incitan a ser laboriosos, a pensar, releer, comparar, relacionar, a buscar sin descanso la perla escondida en cada frase y en cada libro. Sin conocimiento del pasado filosófico no lograremos superar el diletantismo. Sólo quien sabe a fondo a qué altitud se encuentra su mundo puede hablar de él con propiedad.

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